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En los mismos momentos en que los dos maridos abandonaban la sala, Pierrepont, pareciendo obedecer contra su voluntad una orden de Mariana, se levantaba y salía de su localidad. Beatriz, que tras del abanico no cesaba de mirarlo, sintió que el corazón se le saltaba del pecho, y aun tuvo que ponerse sobre él la mano para contener sus violentos latidos.

Pues así no puede seguir exclamaba el capellán . ¡Papeles de importancia tratados de este modo! Hasta es muy fácil que alguno se pierda. ¡Naturalmente! Dios sabe los desperfectos que ya me habrán causado, y cómo andará todo, porque yo ni mirarlo quiero.... Esto es lo que usted ve: ¡un desastre, una perdición! ¡Mire usted..., mire usted lo que tiene ahí a sus pies! ¡Debajo de una bota!

En el instante de arrancar el carruaje, la desconocida se alzó el velillo. Don Juan pudo dudar mientras vio el rostro al través del tul; pero toda perplejidad quedó desvanecida al mirarlo libre de aquel adorno. ¡Qué cara!

También me dió este papel, escrito en la misma calle con un lápiz. Usted sabrá lo que dice. Yo no he querido mirarlo. Ferragut, al tomar el papel, reconoció inmediatamente la letra de ella, pero desigual, nerviosa, trazada con precipitación. Cuatro palabras nada más: «Adiós. Voy á morir.» «¡Mentiras! ¡Siempre mentiras!», dijo en su cerebro la voz de la cordura.

Iban mezcladas dos sensaciones: de punzante lástima la una, de terror y repulsión la otra. Quería apartarse espantada de Artegui, y aun se derretían de compasión sus entrañas sólo al mirarlo. La gente salía de misa; vertía el pórtico ondas y ondas humanas, y Lucía, en pie, no acertaba a separarse de aquella catedral, erguida y blanca como una mártir cristiana en el circo.

Al día siguiente, continuó el cura, a las ocho de la mañana, el oficial salió con su partida de tropa, batiendo marcha y llevando entre filas y atado al pobre muchacho, que inclinaba la frente entristecido, al ver que las gentes salían a mirarlo.

Hacía estas protestas esgrimiendo un paño untado de tiza contra las sacras, cuyo cerco de metal limpiaba con denuedo, sin mirarlo. Alzó Nucha los ojos, y en ellos lució un rayo instantáneo, un impulso de gritar, de quejarse, de pedir auxilio.... Al punto se apagó la llamarada, y encogiéndose de hombros levemente, la señorita repitió: No tengo nada, Julián.

Evitaba el mirarlo, para no sufrir una timidez que cortaba sus palabras. Hablaba como si estuviese sola, exteriorizando su pensamiento en un monólogo. ¡Dulce noche! ¡Vida fantástica de ensueños maravillosos desarrollados en la sombra!... Ella se había visto conviviendo con él en uno de aquellos países de América hacia los cuales marchaba el buque.

Mi tío lo tenía en tal estima, que no nos estaba permitido tocarlo, ni mirarlo siquiera. Pero un golpe del volante, torpemente dado por , hizo saltar en menudos pedazos aquella admirable obra, cuyos fragmentos cayeron a nuestros pies. »Un rayo no me hubiera sobrecogido de tal modo.

Dejólo caer, sin embargo, el Reyecito sobre la rica colcha, sin mirarlo casi, y quedóse largo tiempo pensativo, con el codo apoyado en la almohada. De pronto dijo, con esa expresión seria y meditabunda que toman á veces los niños, cuando reflexionan ó sufren: Mamá... ¿Por qué los niños pobres rezan lo mismo que yo, Padre nuestro, que estás en los cielos?...