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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Las humildes gentes que habitaban las empolvadas cabañas próximas al camino, se cubrían los ojos con las manos para mirarlo y le seguían con la vista; reconociendo al hombre por su caballo, preguntábanse qué le ocurriría al Comanche Jacobo para emprender tan veloz carrera.
Leónido abre el zurrón que el pastor le presenta, y halla en él la corona de espinas, la lanza y los clavos; cuando torna á mirarlo, después de contemplar aquellos objetos, ve ante sí á Jesucristo en la cruz, en vez del pastor, y oye estas palabras: Ya, Leónido, llegó el tiempo En que al justo satisfagas Lo mucho que has mal llevado, Haciéndome tu fianza.
Y con los franceses les sucedió así también, porque con esos modos de mando que tienen los reyes no llegan nunca los pueblos a crecer, y más allá, que es como en China, donde dicen que el rey es hijo del cielo, y creen pecado mirarlo cara a cara, aunque los reyes saben que son hombres como los demás, y pelean unos contra otros para tener más pueblos y riquezas: y los hombres mueren sin saber porqué, defendiendo a un rey o a otro.
Y ¿lo sabe anguno, por si acaso?... ¡Retiña!; faltan ojos y tiempo pa mirarlo.... Está usté en un jirvor de espuma, que zarandea la lancha como si fuera cascara de nuez; ese jirvor se levanta, se levanta..., y vuelve á bajar; y al bajar, cae sobre usté; y al caer, usté no sabe si caen peñas ó qué cae, porque quebranta y ajoga al mesmo tiempo; y al abrir usté los ojos, ¡tiña!, ni hombre, ni lancha, ni remo, ni costa, ni cielo, ni ná. ¡Allí no hay más que estruendo y golpes, y espuma y desamparo!...; ¡ni voz para clamar á Dios, porque en aquella tremolina no se oye uno á sí mesmo!
De la cuestión personal, esto es, de los pecados de Ana, se había hablado poco; el Magistral generalizaba en seguida. «No tenía datos, necesitaba conocer la mujer». Al recordar esto sintió la Regenta escrúpulos. ¡Le había dado la absolución y ella no había dicho nada de su inclinación a don Álvaro! «Sí, inclinación. Ahora que consideraba vencido aquel impulso pecaminoso, quería mirarlo de frente.
Desde hace más de tres meses que arreció el trabajo, vienes casi todas las noches a buscarme, y para una vez que consigo acabar temprano y podemos ir un rato al café o a dar vueltas charlando por las calles, lo general es que tengas que quedarte allí conmigo corrigiendo galeradas. Al principio no sabías lo que te pescabas, lo que tú corregías tenía yo que volver a mirarlo.
Yo soy muy americano y tengo unas ganas locas de ver mi cielo. ¡Cuántas noches, en Europa, me privé de mirarlo, porque no podía encontrar en él la Cruz del Sur!... Y mañana tal vez la contemplemos. Mi muchachada no comprende estas cosas del viejo. Sentía impaciencia por llegar a su tierra, ver a los amigos, enterarse de la marcha de los negocios, pisar las calles de Buenos Aires.
Volvió a mirarlo don Quijote, y vio que así era la verdad; y, alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes.
Salió luego al corredor, y habiendo notado que la escalera no estaba barrida aún, llamó a la portera. «¿Pero usted en qué está pensando? ¿No le han dicho que hoy viene el Señor a esta casa? ¡Y está ese portal que da asco mirarlo! Coja usted la escoba mujer. Si no, la cogeré yo. Qué, ¿se cree usted que no lo hago como lo digo?».
La segura posesión de un bien ocasiona un cansancio que hace pronto mirarlo con poco aprecio, y ¿no sucede a veces, que para que vuelva a sernos caro, basta con la amenaza de perderlo? Con frecuencia es suficiente que alguien aprecie lo que nosotros tratamos con desdén, para que, cambiando de improviso de opinión, reconozcamos su valor.
Palabra del Dia
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