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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Sorege entró sin replicar, dichoso por haberlo logrado á pesar de su resistencia, y augurando bien de aquella primera ventaja. Se sentó en el saloncillo sin que nadie se lo indicara y Lea permaneció en pie, con los brazos cruzados y mirándole con aire preocupado. ¿De modo que te has pasado al enemigo? dijo Sorege en tono sardónico. ¿Qué te han prometido para que te vuelvas contra ?

Gran conquistador; extendió sus dominios muchísimo, y hasta me parece que llegó en sus correrías hasta Extremadura. Un día, siendo yo niño, se encontró su corona enterrada entre los cimientos de la antigua capilla de nuestra casa... ¡Pero, hombre! ¡pero, hombre! exclamó Valero mirándole fijamente con una cómica indignación que hizo soltar la carcajada a los demás.

Así que mirábanle de hito en hito mientras arrastraba con sus manos enguantadas una silla y la colocaba entre los esposos. Y después de sentado aún siguieron mirándole, esperando sin duda algo que debía decir. Octavio Rodríguez dijo al fin éste mirando á uno y á otro. ¡Ah! dijo el conde, sin dejar de contemplarle y esperando sin duda mejores explicaciones.

Andrés, repuesto de la sorpresa, se puso en pie vivamente, y con palabra y actitud enérgicas se dirigió al aldeano: Lo primero que usted va a hacer es hablar como se debe, ¿lo oye usted? El paisano quedó sorprendido a su vez de este exabrupto, se puso más pálido y, mirándole con extraña fijeza, balbució humildemente: Yo... hablo... como debo. No habla usted tal.

Al mismo tiempo el rostro de Beatriz cruzó por su imaginación. Cuando el escudero iba a ceñirse la ancha espada de dos filos, él, sin pronunciar palabra, puso ambas manos en la empuñadura del arma, mirándole con expresión a la vez suplicante y resuelta. El antiguo soldado comprendió. Tomando entonces para la espada más fina, dejó la otra en poder de Ramiro.

Y para acabar de perderlas, en el momento de levantarse para hablar, vió en la tribuna de periodistas, que tenía enfrente, a su jurado enemigo, de pie, en primer término, con el lápiz en una mano y el papel en la otra, mirándole con ojos de basilisco. Más que a tomar nota de las palabras del diputado, parecía dispuesto a dibujar su caricatura. Las demás tribunas, llenas como siempre.

El duque de Tornos es un ganuja, ¿sabe usted? respondió mirándole fija y provocativamente a los ojos. La verdad es que hubiera sido gran temeridad meterse con Gonzalo en aquel instante. Galarza se puso pálido, y dijo levantándose: Está usted en su casa. Yo me retiro. ¿Quiere usted que vaya a decírselo fuera? exclamó impetuosamente, levantándose también.

Entonces Cristeta se la levantó suavemente con ambas manos, y mirándole de hito en hito, cual si quisiera leerle en las pupilas el secreto, dijo: Juan... ¡mientes! a ti te pasa algo. Hubo un instante de ese silencio que los novelistas llaman solemne. Quien hubiese podido bucear en el pensamiento de don Juan, habría visto que le repugnaba mentir.

Ya vendrá a su tiempo, y en abundancia la dijo Leto , porque el día está que ni de encargo para esas cosas... si usted no se arrepiente. ¿Me cree usted capaz de arrepentirme le preguntó ella mirándole fijamente y con expresión de asombro , después de desearlo tanto? Como nunca se ha visto usted en ello... replicó Leto, pesaroso de haber apuntado la sospecha.

Comprendía que era una humillación, pero no tenía fuerzas para resistir al anhelo de confesarse. Adolfo. ¿Qué hay? respondió éste sin apartar la vista del periódico. Dame la enhorabuena. Al pronunciar estas palabras se ruborizó. ¡Ah, ! exclamó el otro alzando la cabeza y mirándole con sonrisa entre burlona y benévola.

Palabra del Dia

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