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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Luego, aquel gabán tan largo, las botas de tres suelas, el sombrero de forma exótica, denunciaban claramente al extranjero. Pues mirándole al rostro acababa de completarse la ilusión, porque era blanco y terso y adornado con larga barba rubia, los ojos azules, o más propiamente garzos, al igual de los que se ven casi sin excepción en las razas septentrionales.
Yo me quedó mirándole entre amostazado y risueño: por fin le dije: pero, hombre, ¿usted se ha formado el propósito de que yo no salga entero de Paris? ¿Cómo quiere usted que vaya á rastrear el fondo del Sena, incrustrado en una máquina de vidrio? ¿Y si casualmente se rompe un cristal, y la máquina se llena de agua y me ahogo?
Desde allí, haciéndose el dormido, observaba entreabriendo un ojo al papá de su dueño; si le veía acercarse para seguir mirándole, se levantaba acto continuo y salía de la habitación de malísimo humor.
Usted no ha pensado en mí para hacer el epitafio de Magdalena; pero he visto con júbilo que a su lado hay sitio para dos. ¡Ah! exclamó el doctor mirándole de hito en hito, pero sin manifestar asombro por sus palabras. Y echando a andar, agregó: Ven. Subieron al último coche que les estaba aguardando y emprendieron el regreso hacia París.
Ella continuaba en la misma actitud; cerró los ojos como quien siente un pesado sueño, é inclinó la cabeza, buscando apoyo. Lázaro tuvo miedo; estuvo por llamar; la asió por un brazo, y dispuesto á hacerla retirar, le dijo: Vamos, señora, es muy tarde. Usted no se encuentra bien aquí. Vamos, ¿quiere usted que se llame á algún médico? No dijo ella, abriendo los ojos y mirándole con cierta ironía.
Gracias mil por el favor, señor hidalgo, repuso ella soltando su brazo y mirándole severamente. ¿Es decir que no solo sentís haberme encontrado en vuestro camino sino que me llamáis en suma diablo predicador? Cuidado que mi padre es violento cuando se irrita, pero ni aun él me ha dicho jamás cosa semejante. Tomad ese camino de la izquierda, señor de Clinton, que yo no soy buena compañía para vos.
Os venimos a molestar muy tarde, querida dijo la señora Cass, tomando la mano de Eppie, mirándole el rostro con expresión admirativa y de vivo interés. La misma Nancy estaba pálida y trémula. Eppie, después de haber acercado sillas para el señor Cass y su señora, fue a ponerse de pie junto a Silas y frente a ellos.
Le volvió la espalda, al mismo tiempo que desaparecía de su mano el revólver. Antes de alejarse murmuró varias palabras que no pudo entender Ferragut, mirándole por última vez con ojos despectivos. Debían ser terribles insultos, y por lo mismo que los profería en un idioma misterioso, él sintió más profundamente su menosprecio. No puede ser... Se acabó, ¡se acabó para siempre!...
La cara se le entristeció de tal manera que la joven, reprimiendo a duras penas una sonrisa, repitió con más resolución aún: No volveré a casarme segunda vez... a no ser contigo. El conde la contempló desencajado. ¿Es de veras eso? preguntó al fin con voz temblorosa. ¡Y tan de veras! repuso ella mirándole sonriente. Dame esa mano, Fernanda. Tómala, Luis.
La duquesa de Bara contestó una indecorosa paparrucha, mirándole con desprecio; las señoras se echaron a reír, y Currita exclamó muy admirada: ¿Pero es ese Jacobo?... ¡Dios mío! Si me estaba pareciendo desde aquí Byron en persona, mi poeta querido... ¡Qué semejanza tan exacta!...
Palabra del Dia
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