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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Papitos, que aquella mañana había sido castigada porque trajo de la plaza una merluza muy mala, creyó que a su ama no se le había pasado el berrinchín, y temblaba mirándole las manos. Pero en el ánimo de doña Lupe se había disipado la ira correccional, a causa de los sentimientos de otro orden y del gran estupor que desde una hora antes reinaban en él.
Continuaba el registro al son de la música. El Capellanet seguía a la pareja en sus evoluciones, plantándose siempre ante el guardia viejo con las manos en la faja, mirándole tenazmente con una expresión entre amenazadora y suplicante. El guardia parecía no verle, buscaba a los otros, pero a poco volvía a tropezarse con el muchacho, que le cerraba el paso.
Míreme de frente y no hagamos visajes, que se pone muy feíto. ¿No me conoce? Soy Ballester, y ahí tengo la vara aquella para enderezar a los niños mal criados». Ballester dijo Maxi mirándole fijamente y como quien vuelve de un letargo. El mismo, ¿y qué?... ¿Quiere que le dé noticias del mundo? Pues prométame tener juicio.
La señora de Hermany se ruborizó; después, mirándole de frente con aire de niña en su primera comunión: ¿Y por qué «Agua que duerme»? Por nada... es un nombre indio. Y yo, señor, ¿tengo también un apodo? preguntó Juana sonriendo. ¿Vos? dijo. Fijó en ella la mirada, saludola ligeramente y añadió en tono serio: ¡No!
Andrés lo advertía con disgusto, porque deseaba tomase sus palabras en serio. Yo te quiero mucho, Rosa; más de lo que tú piensas... Y ¿para qué me quiere usted? preguntó volviendo hacia él su rostro y mirándole fijamente. Andrés quedó un instante suspenso. Te quiero... yo no sé por qué te quiero... No lo puedo remediar.
Los polizontes que guardaban la puerta le dejaron pasar, según la consigna, mirándole con esa especie de receloso respeto que a las gentes bajas de un partido causan siempre los pájaros gordos del partido contrario.
Y como don Alvaro ni por esas se desengañase y se atreviese un día a dar a la muchacha una palmadita en la cara, ella le dijo mirándole de arriba abajo con desprecio y enojo: Las manos quietas, señor don Alvaro. Conténtese usted con tocar el violón, y a mí no me toque. ¡Pues no faltaría más! ¿Será menester que me queje yo a doña Inés de la insolencia de usted?
Navarro seguía mirándole con estupidez. Por muy malo que te suponga añadió Salvador no te creo capaz de conservar tus rencores después de saber que tú y yo somos hijos de un mismo padre. El guerrillero saltó en su asiento, como quien oye un insulto. Su cara se congestionó a borbotones echó de su boca estas palabras: ¡Es mentira, es mentira! ¿Mentira, eh? ¿con que es mentira?
Púsole a Ramiro la mano en el cuello, y el mancebo sintió la repelente aspereza de aquella piel quemada por los ácidos. El hombre dijo: Nacido bajo el dominio de Saturno, frenético de mando y de gloria. Soberbioso y magnánimo. Capricornio ha labrado este ceño. Levantole después el rostro hacia la luna, y mirándole fijamente la pupila, habló de este modo: ¡Oh! aquí veo la rotura de un aojamiento.
Cuando iba á paseo por las carreteras con D. Primitivo ó con el juez, todos los labradores y jornaleros se quitaban la boina ó la montera y decían: «Buenas tardes, D. Marcelino y la compañía». D. Marcelino no veía más que esto; pero los que venían detrás solían ver á los aldeanos quedarse parados un instante con la montera en la mano, mirándole á las espaldas de un modo bastante menos respetuoso que á la cara.
Palabra del Dia
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