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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Y, viéndole Sancho sin aquella fealdad primera, le dijo: ¿Y las narices? A lo que él respondió: -Aquí las tengo, en la faldriquera. Y, echando mano a la derecha, sacó unas narices de pasta y barniz, de máscara, de la manifatura que quedan delineadas. Y, mirándole más y más Sancho, con voz admirativa y grande, dijo: ¡Santa María, y valme! ¿

Ni le habían excitado, ni le habían animado mirándole, ni le habían sonreído, ni se habían mostrado enojadas cuando las siguió, cuando casi las detuvo, cuando descaradamente se quedó mirándolas. La más glacial indiferencia había aparecido en ambas mujeres.

Te asombrarás si te digo que desde la madrugada se me ha metido aquí un sentimiento desconocido, algo como ganas de hacerme religioso, de pensar en Dios, de dedicarme a obras de piedad... Si empiezas con tus bromitas, me voy. No, no es broma replicó él; y tenía en su cara tal expresión de abatimiento, que la santa se quedó como lela mirándole...

Carmen, mirándole con franca mirada deliciosa, le contó sin más preámbulos: Quieren que te cases con Narcisa....

¡Bravo, señor conde, bravo! exclamó el clérigo, echándose hacia atrás en la silla y mirándole fijamente con aire triunfal. Todos haremos lo que podamos para que se logre. Usted es la persona más á propósito. Después se pusieron ambos á cuchichear animadamente. D. Primitivo corrió la silla hacia ellos y preguntó en voz baja: ¿Hay alguna noticia de allá?

Al cabo de un rato volvieron, sin saber cómo, a encontrarse sus ojos, y otra vez soltó a reír la devota, mirándole con semblante alegre. El padre Gil no hizo aprecio de ello y volvió el suyo hacia la ventanilla. Pero Obdulia exclamó: ¿A que no sabe, padre, de qué me estoy riendo? Usted dirá repuso gravemente el clérigo sin volver la cabeza. Pues de usted.

Todo esto lo debo á usted, gentleman decía con entusiasmo, mirándole á través de su lenteSi hubiese visto anoche con qué interés escucharon la descripción que hice de su persona más de veinte mil mujeres!... Y para que olvidase su abandono del día anterior iba describiéndole el aspecto del enorme público y las salvas de aplausos con que fueron acogidos sus períodos más elocuentes.

De repente avanzó hacia la calle del Sordo, mirando, no sin disimulo, a tres individuos que acababan de salir del Congreso. Uno de ellos se distinguía por su gabán claro. «¿Al fin nos vamos? preguntó D. José con alegría. No se enfade usted conmigo, padrinito dijo Isidora mirándole . Le quiero a usted mucho». Avanzaban por la calle del Turco.

Por egoísmo, ya que no por caridad, debe usted consentir que su esposa duerma hoy en esta casa, pues no creo que le convenga a usted escandalizar a la población. D. Álvaro prosiguió sus paseos agitados sin responder palabra, como si no hubiese oído la proposición del sacerdote. Al cabo de un rato se plantó delante de él y, mirándole fijamente, dijo: Está bien.

El doctor emprendió el regreso y, cerca ya de Gallarta, notó que un muchacho de unos catorce años, un pinche de los que trabajaban en las minas, le seguía, marchando tan pronto á su lado como delante, siempre volviendo la cara hacia él, mirándole con unos ojos desmesuradamente abiertos, suplicantes y vidriosos como si fuesen á saltarles las lágrimas.

Palabra del Dia

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