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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Este hombre de traje femenil paseó varias veces en torno del gigante, mirándole con interés por un resquicio de sus velos. Los malhechores al servicio del Hombre-Montaña, que formaban grupos á cierta distancia, no extrañaron la presencia del hombre con faldas. Eran muchos los que al conseguir un descanso en sus tareas domésticas venían solos ó en grupos á ver de cerca al coloso.

Y aun el mismo Mustafá, mírele usted echado entre nosotros y mirándole de hito en hito. A pesar de que es ya viejo no se ha olvidado de usted; no es usted para él una persona desconocida... ¿Ha ido a verle a usted el padre Ambrosio? No por cierto, y me hubiera alegrado mucho de verle. No se habrá atrevido... es tan tímido.

Ballester, que ya tenía noticia, por una esquelita de doña Lupe, del rudo acceso de aquella mañana, le vigilaba disimuladamente, mirándole por el rabillo del ojo, pero en una de las vueltas que dio al laboratorio, Maxi dejó bruscamente el trabajo y se fue a la calle sin sombrero.

Al fin me hallé frente a frente del administrador, un señor anciano, pálido, bigote y perilla blancos, traza de militar retirado y gorro de terciopelo azul en la cabeza. ¿Qué se le ofrece a usted? Esta pregunta me pareció tan inaudita, tan bárbara, que me quedé clavado en el suelo, mirándole con espanto. Vamos, caballero, ¿qué se le ofrece a usted?

Veíase Izquierdo acosado, requerido; recibía esquelas y recados a toda hora, y le desconsolaba el no tener tres o cuatro cuerpos para servir con ellos al arte. Ni había oficio en el mundo que más le cuadrase, porque aquello no era trabajar ¡qué demonio!, era retratarse, y el que trabajaba era el pintor, poniendo en él sus cinco sentidos y mirándole como se mira a una novia.

La amable señorita le hizo unas cuantas preguntas de poca sustancia, y cogiéndole después por la barba y mirándole fijamente, dijo como si atase el hilo a una conversación empezada: ¡Pues no es feo este chico, Ángela! La brigadiera calló.

El sentimiento que la ha guiado a usted es por cierto respetable y la honra mucho; pero si, por no acusar a su amante, nos ha dejado usted en la duda, ¿somos nosotros responsables de que su prisión se haya prolongado? La Natzichet continuaba mirándole fijamente. Al oír esta última pregunta cerró por un instante los ojos, y dijo: ¿Qué quiere usted decir? ¿No comprende usted? No.

Como Vérod no contestara y siguiera mirándole tímidamente, el juez continuó: Ese último coloquio, cuya importancia no quiere usted reconocer, es suficiente para explicar la catástrofe. Yo presentía que entre ustedes debía haber ocurrido algo que a los ojos de ella fuera un obstáculo que se cruzaba en su camino.

A pesar de los sufrimientos de su esclavitud, cada día mayores, Simoulin decía de pronto, mirándole con ojos severos: Pero ¿dónde tenía usted la cabeza?... ¿Qué se propuso usted al lanzar aquellos gritos absurdos?... ¿Quería usted mi muerte y la de tantos infelices? Al terminar la guerra recobró poco á poco la ciudad su antiguo aspecto.

Aquellos lobos se extasiaron mirándole; le apretaban la mano hasta descoyuntársela, y le ofrecían con todas las veras de su corazón una copa de ron y marrasquino. Cuando la rehusaba hablando de subir a tomar café arriba, la tristeza más honda se pintaba en sus rostros curtidos. Don Melchor tenía, en efecto, la costumbre de tomarlo en el Saloncillo.

Palabra del Dia

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