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Actualizado: 24 de junio de 2025


Ahora me río considerando cómo se me partía el corazón con aquellas cosas. Pero aún habían de ocurrir más terribles desventuras. Al año de su transformación, la tía Martina, Rosario la cocinera, Marcial y otros personajes de la servidumbre, se ocupaban un día de cierto grave asunto. Aplicando mi diligente oído, luego me enteré de que corrían rumores alarmantes: la señorita se iba a casar.

¡Hum! gruñó el gigante en señal de admiración, pero sin apartar los sentidos del roast-beef que tenía delante. ¡Qué horror! exclamó doña Martina, como siempre que se hablaba de este suceso inaudito: ya sabemos que su fuerte era la plancha. ¡Vea V., vea V. cómo come su hijo!..... soltando la carne ya mascada en el plato! Miguel se puso colorado otra vez hasta las orejas.

¡Vamos, silencio! le dijo doña Martina encarándose severamente con él. ¿Tienes ganas de llevarlas otra vez? Miguel no se ríe de ti... ¿Por qué se ha de reír, tontuelo?... Porque ... yo bien lo ... ¡Porque es un hipócrita!... ¡Silencio, te digo... y a comer! Miguel se había puesto muy serio, comprendiendo que había cometido una grosería, y que se la disimulaban por ser convidado.

Y se dirigió a su hija con la mano levantada: esta circunspecta joven lo hubiera pasado mal a no ponerse en salvo corriendo en torno de la mesa; doña Martina no pudo atraparla: al mismo tiempo, lo mismo Hojeda que el coronel, procuraron poner paz.

Doña Martina soltó una carcajada estrepitosa, burda, que hizo arquear levemente las cejas a D. Bernardo. No lo estará V. nunca, si Dios no pone en ello la mano, ¡que ojalá la ponga pronto! Esa felicidad, primero le ha de tocar a don Facundo que a murmuró con voz cavernosa. Hojeda levantó la cabeza turbado.

Todos sus estudios en la escuela fueron coronados por un éxito lisonjero; diplomas con orla de colores, libros, medallas de metal azogado, hasta una corona de laurel con cintas de seda que hizo llorar y moquear copiosamente a doña Martina, cuando de las manos del maestro la vio bajar solemnemente a la cabeza de su hijo.

Miguel, que se había ido poniendo cada vez más colorado, al llegar a este punto rompió a llorar, y se echó de bruces sobre la mesa. D. Bernardo sonrió satisfecho del triunfo obtenido por su oratoria. Doña Martina acudió inmediatamente a consolar al niño.

Para evitar su fascinadora influencia se acercaron a los señores que allí había, los cuales les saludaron con palmaditas en el rostro. Doña Martina, después de dar a Miguel un beso sonoro en la frente, les preguntó que dónde habían estado: contestó Miguel en voz alta, para que lo oyese Eulalia, que se habían pasado la tarde en el cuarto de Enrique y Carlos jugando con el mapa de rompe-cabezas.

¡Se habrá visto muchacho más cerdo! exclamó, dando la vuelta a la mesa para acercarse al primero. Y luego que se hubo acercado le arrimó un par de bofetadas que se oyeron en la cocina, y sobre éste otro par, y otro después, y así sucesivamente, hasta que D. Bernardo exclamó en voz alta e imperiosa: ¡Mujer! Doña Martina suspendió la corrección y volvió los ojos a su esposo con sorpresa.

Se bebe por término medio una docena de botellas todos los días. ¡No haga V. caso, hombre! exclamó doña Martina riendo. Este Romillo siempre tiene ganas de bromas. Se las beberán entre él y sus amigachos. Estaban a los postres. Romillo y Valle fueron invitados a tomar café y se sentaron a la mesa.

Palabra del Dia

rigoleto

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