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Actualizado: 15 de junio de 2025
Pues como decía, el día de la bomba, después de tocar inútilmente a la puerta del noble inglés, llevome el destino segunda vez a casa de la señora doña María, disponiéndose las cosas de modo que cuando me encaminaba a casa de dona Flora, tropezase con el señor D. Diego, el cual me habló así: ¿Vienes de casa de lord Gray? Dicen que está con la morriña. Nadie le ve por ninguna parte.
El capataz afirmaba, con cierto orgullo, que su ahijado tenía carne de perro. A otro lo hubiesen hecho polvo con un balazo así: ¡pero, balitas a él, que era el mozo más valiente del campo de Jerez!... Cuando el herido abandonó la cama, acompañábale María de la Luz en sus vacilantes paseos por la explanada y los senderos inmediatos.
Hoy, aun pertenece al mundo, mañana ya pertenecerá a Dios; por eso hoy está deslumbrante de pedrería, su ropa brilla bajo las lentejuelas de plata, y cinco hileras de perlas rodean su cuello de alabastro; también hay perlas sobre sus brazos blancos y mórbidos, perlas y flores sobre sus bellos cabellos negros que sombrean su pálida frente. ¡Ved, qué cosa más conmovedora! ¡con qué amor y respeto mira a la superiora del convento de Santa María!
Es preciso ofrecerle también aquella limosna que vale más que todos los mendrugos y que todos los trapos imaginables, y es la consideración, la dignidad, el nombre. Yo daré a mi pobre estas cosas, infundiéndole el respeto y la estimación de sí mismo. Ya he escogido a mi pobre, María; mi pobre eres tú.
En aquel momento le tocaba hacer una figura del rigodón y se alejó con Emilita. María Josefa, que bailaba más lejos, se acercó un instante con su pareja, que era un teniente del batallón de Pontevedra. ¡Vamos, D. Santos, no sea usted cruel! ¿Por qué no va usted a hacer compañía a Fernanda, que está allí sola? En efecto, la amiguita de la rica heredera había hallado pareja para el baile.
Cuando se reunía Dolorcitas con alguna amiga, entonces yo ya no jugaba: ellas jugaban conmigo. Recuerdo mis conversaciones con Dolores y con una amiga suya, María Jesús; debían ser algo como el juego de un oso con dos mónitas. Las amigas se contaban sus cosas al mismo tiempo, con una velocidad vertiginosa; yo, en cambio, marchaba como una gabarra cargada hasta el tope.
Pero cuando más enfrascado estaba en ellas, he aquí que entra en la sala la misma María en hábito de monja bernarda, y dirigiéndose a él le dice sonriendo dulcemente: « ¿Estás triste porque me caso? ¡Pues no he de estarlo! Vamos, Ricardo mío, no digas disparates, ¡cómo he de querer yo a ese chiquillo! ¿No acabas de casarte con él?
No pudo oír replicar el soldado, pues María ya traspuso por entre las sombras de los árboles desde la primera palabra, y la blanca alcandora que vestía flotaba entre el verde obscuro de los ramos. María se acercaba hacia la aldea diligentemente, para ayudar con su brazo los cansados pasos de su tío en el subir el recuesto fatigoso que ya hemos apuntado.
Ricardo sintió cierta emoción al entrar en el cuarto de su amada, que no pasó inadvertida para Marta. Quedose grave y silencioso, y se puso a examinar con afán cuanto allí había, moviendo los objetos, destapando los frascos y hasta abriendo los cajones; de tal suerte que la niña se vio obligada a decirle: No enredes, Ricardo... Cuando venga María y vea sus cosas revueltas se va a enfadar.
Hoy ha debido hacer algunas diligencias cuyo resultado espero con ansiedad; lo sabe y debía apresurarse. No se altere, querido papá dijo María Teresa poniendo su cara sobre el rostro del enfermo, Juan llegará pronto. El señor Aubry miró con dulzura a su hija. Mi querida hija, ¡qué trabajo te doy! Soy muy exigente, ¿no es verdad? No, papá; solamente que temo que se exaspere.
Palabra del Dia
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