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Actualizado: 20 de junio de 2025


Sentábanse en los ribazos cubiertos de hierba, y al hablarse arrancaban las margaritas silvestres que crecían al alcance de sus manos. Así esperaban la llegada del crepúsculo, y las sombras les sorprendían muchas veces en las inmediaciones del canal silencioso y profundo, que había presenciado sin un murmullo, con la bonachona complicidad de la luna, la comunión primera de su amor.

En la ladera meridional del Red-Mountain, la larga espiga del acónito se lanzaba hacia arriba desde su asiento de anchas hojas y de nuevo sacudía sus campanillas de azul oscuro en el suave declive de las cimas. Una alfombra de verde y mullida hierba, ondulaba sobre la tumba de Smith esmaltada de brillantes botones de oro, y salpicada por la espuma de un sin fin de margaritas.

¡Esto de que hayan de llamarse Margaritas todas las mujeres que amáis!... ¡Que yo amo! ¡Bah! ¡ya lo creo! un hombre, al hacerse fraile, no se arranca el corazón. Creo que os atrevéis á hacer suposiciones muy arriesgadas. Pero las hago en voz muy baja. Estamos solos.

Sin duda conservan aquella hermosa tradición, porque he visto la hierba hollada, las flores esparcidas y las margaritas deshojadas. ¡Dichosos ellos que, al menos, son fieles a sus primeros placeres y a sus primeras costumbres!

No tiene hijos; le heredamos mi hermano Manuel y yo.... Esto es echar margaritas a puercos, y no lo digo por mi hermano, que tiene una hija preciosa ya casadera; dígolo por este miserable que no puede hacer disfrutar a su único hijo las delicias honradas de una buena posición. Siguió a estas palabras un largo silencio, sólo interrumpido por el cariñoso mugido de las vacas en el cercano establo.

Déjame en paz, Gregoria decía cuando la mujer le atosigaba demasiado; mira, hija, que es preciso convencerse que ni uno ni otro estamos para estas cosas; el amor es gaje de la juventud, y cuando se tienen hijos con barbas, y canas y reumatismo y chocheces y goteras por todos lados, empeñarse en hacer los Faustos y las Margaritas es exponerse a desafinar y dar fiasco.

Aun no tenían hojas los olmos, pero ya estaban cubiertos de brotes; los prados asemejaban un vasto jardín cubierto de margaritas; las setas de espino estaban en flor; el sol vivo y cálido hacía cantar a las alondras y parecía atraerlas hacia el cielo, de tal modo subían en línea recta y volaban alto.

Un tanto se auxiliaban con unos cuantos pesos que, muy mal cobrados y muy regañados, ganaban doña Andrea y las hijas mayores enseñando a algunas niñas pequeñas del barrio pobre donde habían ido a refugiarse en su penuria. Pero el dibujo de Goya, ese si se vendió bien. Ese, él solo, produjo tanto como las margaritas y las cucharas de plata, y el aguacate.

Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»?

¡Oh! si se pusiera toda aquella hermosura de Sol la que se pusiese tus camelias. ¿Quién, quién llegaría nunca a ser tan hermosa como Sol? ¡Qué lindas, qué lindas, son esas camelias! «Pero , ¿qué flores te vas a poner?». Yo, mira: Petrona me trajo unas margaritas esta mañana, estas margaritas. ¡Gentes, caballos, carruajes! Las cinco, las seis, las siete. Ya está lleno de gente el colgadizo.

Palabra del Dia

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