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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Jacinta fue a buscar la manta. Por el camino decía: «En Sevilla me contó que había hecho diligencias por socorrerla. Quiso verla y no pudo. Al ponerle la manta le dijo: «Abrígate bien, infame»; y a Juanito no se le ocultó la seriedad con que lo decía. Al poco rato volvió a tomar el acento mimoso: «Jacintilla, niña de mi corazón, ángel de mi vida, llégate acá.
Después pensó dejar un recuerdo alegre y divertido en la cárcel. Cogió la cantarilla del agua y le puso su boina y la dejó envuelta en el trozo que quedaba de manta. Cuando se asome el carcelero podrá creer que sigo aquí durmiendo. Si gano con esto un par de horas, me pueden servir admirablemente para escaparme.
Y me cubrió usted con su manta; no lo he olvidado... ¡Qué bueno fue usted! Es verdad que lo es usted siempre... En seguida cambió de tono y me dijo con una especie de dureza: Todo aquello pasó. Ha crecido usted, se ha hecho una guapa joven y ya no siento deseo alguno de hacer de nodriza. Se levantó y cerró la ventana, por creer que la noche estaba fresca. Y se marchó.
Cuando llegó a mi noticia que me acusaban de haber ido al Cuartel General de Moriones a llevar recados de mi jefe, me volé, y aquella misma tarde, habiéndome encontrado a la camarilla en el atrio de la iglesia de San Miguel, me lié la manta a la cabeza, y por poco se arma allí un Dos de Mayo. «Aquí no hay más traidores que ustedes.
El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego, junto a él, hizo el suyo Sancho, que sólo contenía una estera de enea y una manta, que antes mostraba ser de anjeo tundido que de lana.
Se aproximó á un grupo, en el centro del cual un hombre joven, descalzo, con pantalones elegantes y la camisa abierta de pecho, hablaba y hablaba, arropándose de vez en cuando en una manta que habían puesto sobre sus hombros. Describía con una mezcla de italiano y francés la pérdida del Californian. Este pasajero había despertado al oír el primer cañonazo del sumergible contra el vapor.
Únicamente por los periodistas tuvo noticias de su nueva existencia. Dormía sobre la arena de la playa, sin una manta que le sirviera de lecho, sin una lona que le defendiese del rocío de la noche. ¡Cómo debía acordarse el pobre gentleman de su cama mullida, allá en la Galería de la Industria, que el presidente de su Comité hacía preparar todas las noches con tanta minuciosidad!...
Saltó del coche precipitadamente, salió con la misma velocidad de la estación y montó en el landau que le aguardaba fuera. En nada nos ha perjudicado usted. Hemos hecho el viaje más divertido que os podéis imaginar. El carretero tendió una manta y yo me acosté sobre ella. Este iba en pie mirando el paisaje y contándome todo lo que miraba.
Después, a modo de novio en víspera de boda, quemó en la chimenea varios retratos y un puñado de cartas, y, por último, llamó a Benigno, quien oyó con verdadero asombro estas palabras: Mañana temprano me pones encima de esa butaca un traje gris, de americana, la manta de viaje con las correas, una gorra y el gabán de pieles.
Esto no marcha... Los demás se quejan de calor; dicen que cada vez pica más el sol, y yo tiemblo si me quito la manta... Y lo que me da más rabia es que el médico, don Carmelo el oficial y otros me miran como si les hubiese engañado, y dicen que si llegan a saber esto no me dejan embarcar, porque allá en Buenos Aires no quieren enfermos... Pero señor, ¡si yo me embarqué sano y bueno!, ¡si es este maldito mar que no me prueba!...
Palabra del Dia
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