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Actualizado: 25 de junio de 2025


Los dos se abalanzaron sobre un hombre que marchaba encorvado por entre las cepas, fuera del camino que en recta pendiente conducía de la carretera a la torre. El encontronazo fue terrible: el hombre vaciló, tirando de su manta en la que había hecho presa uno de los mastines.

El Inocente descansaba tranquilamente, con una apacible sonrisa en su rostro cubierto de pecas, y la virgen Flora dormía entre sus frágiles hermanas, como si le custodiaran guardianes angelicales. Don Jorge, echándose la manta sobre los hombros, se atusó el bigote y esperó la luz del mediodía, que vino poco a poco envuelta en neblina y en un torbellino de copos de nieve que cegaba y confundía.

El establecimiento más importante de Madrid era, según él, la taberna de Gallina, situada junto a la plaza, grato lugar de delicias, palacio encantador donde cenaba y comía a costas del empresario antes de volverse a la dehesa montado en su jaca, con la manta obscura en el borrén, las alforjas en la grupa y la pica al hombro.

Don Marcelo llevaba polainas, amplio sombrero, y sobre los hombros un poncho fino arrollado como una manta. Había sacado á luz estas prendas que le recordaban su lejana vida en la estancia. Detrás de él caminaba Lacour, procurando conservar su dignidad senatorial entre los jadeos y resoplidos de fatiga.

De lo del ser otra vez manteado, no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos llevare.

¡Ah, Cervantes!... ¡Ya! exclamó D. Nemesio abriendo mucho los ojos para expresar que no era insensible a este nombre. Y luego, encarándose conmigo, me preguntó con interés: Cervantes era un hombre muy despejado, ¿verdad? No, señor respondí bruscamente, echándome a dormir y tapándome con la manta. Comenzó a clarear el día en Despeñaperros.

-Tienes mucha razón, Sancho -dijo don Quijote-; mas, para decirte verdad, ello se me había pasado de la memoria; y también puedes tener por cierto que por la culpa de no habérmelo acordado en tiempo te sucedió aquello de la manta; pero yo haré la enmienda, que modos hay de composición en la orden de la caballería para todo. -Pues, ¿juré yo algo, por dicha? -respondió Sancho.

¡Ah, Gregoria, Gregoria, si no sabes de la misa la mitad! exclamó don Bernardino con un gesto desesperado. Y soltó la bomba. ¡Si allí el arruinado no era solo Jacintito, sino él también, el opulento, el millonario don Bernardino Esteven! Desgarró la manta, tal fué la crispadura de sus dedos.

Me envolví en mi manta, vestido, corrí las cortinas que cubrían los cristales, la luna inundó mi cuartujo, y en compañía de un punch organizado a la ligera y de una serie de cigarros, esperé tranquilo la mañana.

Quién llevaba morral, quién alforjas, quién manta, los más, nada; veíanse muchos descalzos, despeados; pocos fumaban, no reía ninguno.

Palabra del Dia

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