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Jacinta fue a buscar la manta. Por el camino decía: «En Sevilla me contó que había hecho diligencias por socorrerla. Quiso verla y no pudo. Al ponerle la manta le dijo: «Abrígate bien, infame»; y a Juanito no se le ocultó la seriedad con que lo decía. Al poco rato volvió a tomar el acento mimoso: «Jacintilla, niña de mi corazón, ángel de mi vida, llégate acá.

Yo... pero yo... quiérese decir que yo... balbució Chinto abrumado por el peso de su culpa. ¡Aún tendrás valor para contar mentira! chilló la enferma . ¡Llégate acá, bruto! Yo... no, no fue cosa mala ninguna... no fue perrita, ni licor.... Fue.... Cuenta la verdá, borrachón de los infiernos, como si estuvieses difunto en el tribunal del devino Señor....

Dilo, señor, que desde aqui me obligo De no decir que tu me lo dixiste, Le dixe: por la fe de buen amigo. El dixo: no nos cayan en el chiste, Llegate á , dirételo al oido, Pero creo que hay mas de los que viste.

No te vayas, está quedo. De leña hay falta en la casa. Basta la que á mi me abrasa. Mi amo. No tengas miedo. Dexame, señora, ir, Que vendrá Izuf mi señor. Quien queda con tanto amor, Mal te dexará partir. No hay para que mas porfies: Señora, dexame ya. Aurelio, llegate acá. Mejor es que te desvies. Ansi, Aurelio, me despides? Antes te hago favor, Si con el compas de amor Lo compasas y lo mides.

Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente, y verás cómo, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, como yo te los pinté primero... Pero no vayas agora, que he menester tu favor y ayuda; llégate a y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.

Llégate a él y dile: ¿Por qué no emprende usted alguna obra de importancia? ¿Por qué no paga bien a los literatos para que le vendan sus manuscritos? ¡Ay señor! te responderá. Ni hay literatos, ni hay manuscritos, ni quien los lea: no nos traen sino folletitos y novelicas de ciento al cuarto; luego tienen una vanidad, y se dejan pedir... No señor, no. ¿Pero no se vende? ¿Vender?

29 Y el Espíritu dijo a Felipe: Llégate, y júntate a este carro. 30 Y acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31 Y dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese, y se sentase con él.