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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Al mismo tiempo que el sacristán, con su manojo de llaves y su sotana manchada de cera, salió a cerrar la puerta del templo, salieron también dos señoras: una, modestamente vestida de negro, canoso el pelo, rugoso el rostro, con aspecto de dueña modernizada, mitones de encaje y zapatos de rusel; la segunda, elegantísimamente puesta y en extremo sencilla, sin adornos ni joyas. Eran Paz y su aya.

La máquina volvía a agitarse y don Luis tecleaba el armónium, hasta que sonaban las nueve y el Vara de plata cerraba la escalera de la torre, agitando su manojo de llaves con un ruido que equivalía al antiguo toque de cubrefuego. Gabriel se indignaba contra la tenacidad de su hermano. Vas a matar a la chica. Lo que haces no es digno de un padre. No puedo, hermano: me es imposible mirarla.

El manojo de rayos que por estos agujeros caía sobre los montecillos de arena, hacíalos brillar como enormes pepitas de oro derramando sus resplandores sobre toda la extensión de la sábana de agua.

La ría brillaba bajo la caricia del sol, temblando sus ondulaciones como los fragmentos de un espejo. Más allá del puente de Vizcaya, cuya plataforma iba y venía pendiente de su manojo de cables, transportando carruajes elegantes, carretas de bueyes y pasajeros llegados en el tren de Portugalete, extendíase el abra como un desgarrón del cielo, moviendo sus aguas de un azul plomizo.

Cuando las atalayas de la costa anunciaban con fogatas o humaredas un barco de moros, de todas las alquerías de la parroquia corrían las familias hacia el templo, los hombres cargando su escopeta, las mujeres y niños arreando las cabras y los asnos o llevando a cuestas con las patas atadas en manojo todas las aves de corral.

Una de sus piernas estaba metida en una media de seda gris. La cabeza colgaba por el lado opuesto, extendiendo sus cabellos rubios sobre el agua como manojo de algas doradas. Sus pechos juveniles y firmes asomaban por la abertura de una camisa de dormir, pegada al cuerpo con impúdico moldeo.

Tal vez se sometían voluntariamente á un turno; tal vez su vista sólo alcanzaba un poco más allá de sus tentáculos. El que estaba más próximo al vidrio se desdobló de pronto con la violencia de un muelle que se escapa, de un proyectil que hace explosión. Dió un salto, quedando pegado al suelo por una de sus patas y teniendo las otras en alto como un manojo de reptiles.

Ahí están las llaves... quizás se nos ocurra alguna idea. Juan descuelga el manojo de llaves y la sigue al patio, donde el sol del mediodía lanza sus rayos ardientes. Abre el molino dice Gertrudis. Allí hace fresco. El obedece; y ella sube de un salto los escalones y entra en la penumbra de la sala, donde reina el silencio del domingo.

Juan coge el manojo de llaves colgado de la pared y hace una seña a Gertrudis para que le siga. ¿Adónde vais? pregunta Martín alzando los ojos del libro. Una gallina está poniendo fuera del gallinero; dice vivamente Gertrudis. Vamos a buscar el nido. Y ni siquiera se pone colorada.

Cerca de ella estaba el caballero que iba a ser su esposo. Entregado a tales fantasías, no advertí que los devotos se habían ido, hasta que el sacristán pasó cerca de , sacudiendo un manojo de llaves. Salí, y a poco estaba yo en la casa de don Román. El anciano se disponía a cenar. ¿Quieres chocolate? No es de lo mejor; pero te le ofrezco de buena voluntad. ¿Recibiste mi esquelita? No.

Palabra del Dia

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