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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Decía el teniente aragonés que los vascongados eran tan torpes, que un capitán carlista, para enseñarles a marchar a la derecha y a la izquierda elevaba un manojo de paja en la mano y les decía, por ejemplo: ¡Doble derecha! y en seguida pasaba el manojo a la derecha y decía. ¡Hacia el lado de la paja!

Sacudía en torno de la frente el manojo de sierpes de su cabellera; dejaba flotante sobre su cuerpo el sutil kimono, que había llevado recogido hasta entonces, como si quisiera replegarse, disminuirse en su marcha silenciosa. ¡... ! dijo al entrar, con risa triunfante . ¡Aquí me tienes!

Constaba su tienda de tres menguados cajoncillos, en que había algunos paquetes de peines, unas cuantas cajas de obleas, juguetes de chicos y un gran manojo de rosarios con cruces y medallones de estaño. La parte de la izquierda, y especialmente el rincón contiguo á la puerta, era un lugar en que el público ejercía un incontestable derecho de servidumbre.

Un manojo de flores, presas en rico vaso de Bohemia, ocupaba el centro: la cubrían blanquísimos lienzos de letras y escudos primorosamente bordados; relucía sobre ellos la limpia plata; puestas en trasparentes platos acusaban las frutas con sus aromas su completa sazón; a las copas de diversas formas y tamaños esperaban los más preciados vinos, y la tranquila luz de las lámparas iluminaba aquella lujosa sencillez, mientras sólo el continuo tic-tac del reloj rompía el silencio del comedor, como llamando a convidados y dueños.

De tiempo en tiempo, Nucha volvía la cabeza atrás a ver si la seguía su acompañante, y el ademán de volverla revelaba alteración y zozobra. En la diestra columpiaba un manojo de llaves. Salieron al claustro superior, y por una escalerilla muy pendiente descendieron al inferior, cuyas arcadas eran de piedra.

Los corpiños eran bajos; pero la camisa, alta, plegado el cuello, con un cabezón labrado de seda negra, puesta una gargantilla de estrellas de azabache sobre un pedazo de una coluna de alabastro: que no era menos blanca su garganta; ceñida con un cordón de San Francisco, y de una cinta pendiente, al lado derecho, un gran manojo de llaves.

El mismo Sancy lo desempeñó luego, mediante una suma de quinientos mil, ó sean dos millones de reales. ¿Qué diria á esto el buen Suizo, que lo vendió por un escudo? Ultima curiosidad. En la calle de los Pequeños Campos, hemos encontrado á una señora que caminaba con el aire de una heroina, mientras que la seguia un corderito, que llevaba sobre el lomo un manojo de parras.

Un viejo de guedejas blancas cruza la iglesia agitando alunas llaves en manojo. Vámonos, cordera, que ya San Pedro anda tocando los fierros. Vámonos.... ¿No le acordó una resolución la Santísima Virgen? No. ¿Sigue batallando con sus dudas? ¡Ay, Jesús! Salen de la iglesia. En el cancel esperan las viudas de los náufragos para tratar del entierro con el señor abad.

No pudo menos de ocurrirme la idea de Bilbao; figuróseme ver de pronto que se alzaba por entre las montañas de víveres una frente altísima y extenuada: una mano seca y roída llevaba a una boca cárdena, y negra de morder cartuchos, un manojo de laurel sangriento. Y aquella boca no hablaba. Pero el rostro entero se dirigía a los bulliciosos liberales de Madrid que traficaban.

Y ya la Camargo era muy viejecita, ya parecía que todo á su alrededor había concluído, cuando el buen dios Azar vino á consolarla permitiéndola dar al mundo un adiós romántico, de inmensa ternura, que fué como violeta humilde entre el manojo de calientes claveles de su vida. Cierta tarde, la antigua bailarina recibió la visita de un señor anciano que dijo llamarse Mateo Breuil.

Palabra del Dia

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