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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo querían creer. Andaban vaguidos en aquella casa, como en otras ahitos. Llegó la hora del cenar pasóse la merienda en blanco ; cenamos mucho menos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro, cabra asada. Mire vuestra merced si inventara el diablo tal cosa.
Tiraban al florete, y entonces los ojos del guerrillero se animaban; seguía con atención los movimientos de los fingidos duelistas y aun arrojaba alguna palabra picante o algún comentario de maestro entre los rechinantes aceros. Pero de repente decía «basta» y los dos atletas soltaban el florete y se quitaban la máscara, sacando a luz el rostro sudoroso.
El campanero corría por las naves agitando su llavero, que asustaba a los murciélagos, cada vez más numerosos. Las dos devotas habían desaparecido. Sólo quedaban en la catedral el maestro de capilla y Gabriel. Por una nave baja avanzaban los vigilantes nocturnos, que iban a ocupar sus puestos hasta la mañana siguiente, precedidos por el perro.
Un gitano y una gitana, famosos cantadores, entonaron las coplas más amorosas y alusivas a las circunstancias. Y el maestro de escuela leyó un epitalamio, en verso heroico. Hubo hojuelas, pestiños, gajorros, rosquillas, mostachones, bizcotelas y mucho vino para la gente menuda.
Entre ellos sobresalía el tío Gorico, maestro pellejero, hábil fabricador de corambres y notabilísimo en el difícil arte de echar botanas á los pellejos rotos. Este había sido el muchacho más diabólico del lugar después de D. Fadrique, y su teniente cuando las pendencias, pedreas y demás hazañas contra el bando de D. Casimiro.
El banderillero acabó por marcharse, huyendo de la señora Angustias, que, a impulsos de la indignación, mostraba la misma ligereza de lengua de los tiempos en que trabajaba en la Fábrica de Tabacos. Proponíase no volver más a la casa de su maestro. Encontraba a Gallardo en la calle.
Y esto es fatal; es el mismo instinto que nos hace cobrar amor a un objeto que hemos usado durante años, un reloj, una petaca, una cartera, un bastón... El maestro calla. Y de pronto don Víctor ¡oh pasmo! cesa de acariciarse sus patillas, abre la boca y exclama: ¡Yo tenía un bastón!
Lo peor era que todos tenian por defectuosa la obra, y que si esta general opinion se confirmaba, de nada iban á servir tan generosos sacrificios. Florecia á la sazon en Valladolid un maestro de obras de gran fama, llamado Diego de Praves: era reputado por el mejor arquitecto de su tierra.
Libro Primero: Capítulo II: De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió. A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana.
Por Dios, no seas retrechera; déjame entrar, déjame entrar, encanto de mis ojos. ¡Cielo santo y qué cosas dice vuecencia! ¡Qué lenguaje emplea! Ese debe de ser «el mal lenguaje del demonio», del que tanto habla el venerable padre maestro fray Juan de Avila en un libro que me hace leer mi señora doña Inés para prepararme a monja. ¿Y tú quieres serlo? Allá lo veremos.
Palabra del Dia
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