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Actualizado: 11 de octubre de 2025
Después de haber dado a los Bufos Parisienses, con el seudónimo de Julio Servières, las operetas en un acto: Adelante, señores y señoras, prólogo de apertura, en colaboración con Méry; Lleno de agua; Madama Papillón; hizo representar otras obras con su nombre. Colaboró con León Battu, Héctor Cremieux y sobre todo con Enrique Meilhac.
Madama Scott, al ver entrar al cura y a Juan, se levantó a recibirlos: Cuán amables sois dijo, señor cura, en haber venido, y vos también, señor... Me alegro tanto de volver a veros a vosotros mis primeros, mis únicos amigos en este país. Juan respiró. Era la misma mujer. ¿Queréis permitirme que os presente a mis hijos?... Harry y Bella, venid.
Seis semanas antes, este Garneville se había instalado en una gran casa toda recién amueblada, que no tenía más defecto que ser de una magnificencia demasiado violenta. Madama Norton firmó un contrato de alquiler, cien mil francos al año, con opción a comprar la casa y el mueblaje por dos millones en el primer año.
Mientras procuraba resolver este problema, Bettina, de repente, le dijo a media voz: ¡Señor Juan, señor Juan! ¿Señorita? Mirad al señor cura, se ha dormido. ¡Oh, Dios mío! yo tengo la culpa. ¡Cómo! ¿vos tenéis la culpa? preguntó madama Scott, en voz baja también. Sí... mi padrino se levanta al alba y se acuesta muy temprano; me recomendó mucho que no le dejara dormir.
Inmensos carros de mudanza vinieron de París cargados de muebles y tapices. Cuarenta y ocho horas antes de la llegada de madama Scott, la señorita Marbeau, directora de correos, y la señora Lormier, la alcaldesa, se habían deslizado en el castillo, y sus descripciones enloquecían a todo el pueblo.
Desde entonces, todo París tuvo para las dos hermanas los ojos del pequeño pinche de la calle Amsterdam; todo París repitió su: ¡Cáspita! bien entendido, con las variantes y modificaciones impuestas por los usos de la sociedad. Los salones de madama Scott, se hicieron inmediatamente a la moda.
Su existencia habría sido tolerable, si no hubiera amado tanto a su marido; pero lo amaba demasiado, y sólo consiguió fatigarlo con sus halagos y cariños. El continuó su vida antigua, que por cierto era bastante desordenada. Así pasaron quince años de eterno martirio, soportado por madama de Lavardens con toda la apariencia de una apacible resignación; resignación que no existía en su corazón.
Por ejemplo, en Mujer, llora y vencerás, jornada segunda: MADAMA. ¿Quién se atreverá á decir En lo que llega á oir y ver, Si tengo que agradecer O si tengo que sentir? Pues si tengo que inferir Quién es dueño de un temor... Es el engaño traidor. MADAMA. Y quien de un ansia mortal... MÚSICA. El desengaño leal. MADAMA. ¿Quién con tal eco sonoro Ha aumentado mi dolor?
Leibnitz habia escrito una carta á S.A.R. Madama la princesa de Gales, en la que recordando el dicho de Newton de que el espacio es el órgano de que Dios se sirve para sentir las cosas, arguye contra esta opinion, y observa que si Dios para sentir las cosas, ha menester de algun medio, no dependen enteramente de él y no son producidas por él. Contestacion de Clarke.
¡Católicas, católicas! exclamó la vieja Paulina, apareciendo radiante, con los brazos levantados hacia el cielo, en el umbral de la cocina. Madama Scott miraba al cura, miraba a Paulina, muy asombrada de haber producido tal efecto con una sola palabra, y para completar el cuadro, apareció Juan trayendo las dos bolsas de viaje. El cura y Paulina lo recibieron con la misma palabra.
Palabra del Dia
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