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Actualizado: 11 de noviembre de 2025
¡Ah!, se me olvidaba decir añadió don Diego, riendo a carcajadas , que los franceses me han enseñado a decir algunas palabras en su lengua. Y levantándose al punto, hizo profundas reverencias ante Inés, diciéndole: Ponchú, madama. ¿Cómo la porta vú?
Entre los monumentos y varias curiosidades que visité durante mi corta permanencia en Lóndres, no olvidaré dos de un género histórico y artístico que merecen atencion, aunque de carácter muy secundario; tales son: el Diorama y la Galería de madama Tussaud.
A su encuentro salieron, más de una legua, las Marquesas de Mirabel y de las Navas, y la Condesa de Santisteban. «Ella muy bizarra, despechugada y desenfadada, entró mirando a los que caminaban delante y a los lados, a los coches que estaban parados y atestados desde el arroyo de Bernigal». Traía dos criados franceses, uno de los cuales dormía en el aposento de su ama; y «dio madama prendas de la grandeza de su animo no queriendo recibir ocho mil ducados que le presentaban de parte de S. M. ». La dicha duquesa añade el escrito de donde tomamos estos datos en todo se porta con mucha modestia, y Diego Velázquez la esta ahora retratando con el aire y traje francés ». Palomino, dice que retrató por aquel tiempo con «superior acierto, a una dama de singular perfección ». Nadie ha logrado averiguar si este retrato y el anterior son uno mismo, ni caso de que sean dos dónde han ido a parar.
Pero movidos á piedad y llenos de misericordia, han condenado á Madama Ester á permanecer de pie en el tablado de la picota solamente tres horas, y después, y durante todo el tiempo de su vida natural, á llevar una señal de ignominia en el cuerpo de su vestido. Una sentencia muy sabia, observó el extranjero inclinando gravemente la cabeza.
Después nos contarás la historia de tu baile en casa de madama Scott. Apenas se instalaron mis americanos en París, comenzó una lluvia de oro. Verdaderos par-venus que se divertían en arrojar locamente el dinero por la ventana. Esta inmensa fortuna la poseen recientemente; cuentan que hace diez años, madama Scott mendigaba por las calles de New-York. ¡Mendigaba! Así dicen, señora.
Anunciaron la comida. El aya vino a buscar a los niños; madama Scott tomó el brazo del cura; Bettina el de Juan... Hasta el momento de la aparición de Bettina, Juan se había dicho: «¡La más linda es madama Scott!» Cuando vio la pequeña mano de Bettina deslizarse bajo su brazo, y cuando ella volvió su delicioso rostro hacia él, pensó: «¡La más linda es miss Percival!» Mas pronto volvió a caer en su indecisión cuando se halló sentado entre las dos hermanas.
Guardaba y acariciaba el secreto de su amor naciente, como un avaro guarda y acaricia las primeras monedas de su tesoro... El día en que viera claro en su corazón, el día en que estuviera segura de amarlo, ¡ah! ¡entonces le hablaría a Zuzie, y sería feliz contándoselo todo!... Madama Scott acabó por atribuirse el honor de la melancolía de Juan, que de día en día tomaba un carácter más marcado.
Todos tuvieron su parte, los pobres que confesaban su miseria y los que la ocultaban, yendo cada limosna acompañada del mismo pequeño discurso. Esto proviene de los nuevos dueños de Longueval: dos americanas, madama Scott y miss Percival. Retened bien sus nombres y rogad por ellas esta noche.
El primer parisiense que tuvo el honor y el placer de rendir homenaje a la belleza de madama Scott y miss Percival, fue un pequeño pinche de quince años que se encontraba allí, vestido de blanco, con su canasta de mimbres en la cabeza, en momentos en que el cochero de madama Scott, molestado por tanto carruaje, salía con dificultad del patio de la estación.
Madama Stael, una de las cabezas mas fuertes de nuestros dias, era una cabeza eminentemente poética. Rossi, el profundo economista, el político sesudo, uno de los primeros jurisconsultos del siglo, empezó su carrera literaria traduciendo en verso italiano los poemas de Byron, por lo que ha merecido los elogios del severo historiador Mignet.
Palabra del Dia
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