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Actualizado: 29 de junio de 2025


Para mayor desgracia estaban las niñas del marqués, Lola y Mercedes. ¡Las veces que su tía se sofocó de indignación, sorprendiéndolas por la noche en una reja baja de su hotel, hablando con los novios, que se renovaban casi semanalmente!

¡Y lo haremos en grande!... ¡Yo ya me vengo riendo de pensar en las consecuencias de los primeros galopes!... ¿ has andado muy poco a caballo, Ricardo? ¡No he andado en mi vida! Le daremos un caballito manso dijo Baldomero, que en ese momento se había aproximado al break; el malacara de la niña Lola... ése es como ir en coche... ¿Será como ése?...

Este viejo es uno de esos personajes. Otros podrán no ser simpáticos, pero éste lo es. Esta es la causa de que haya enternecido a todos contando sus andanzas. Y he aquí que Pepita le saca una taza de caldo, y Sarrió va a buscar una botella de buen vino, y Lola y Carmen aprestan otras cosas para que coma.

Aunque distintos tipos, las dos eran hermosas. Lola era blanca cual los misteriosos genios de las puras nieves: Hasay morena cual la mas perfecta concepción del sueño de un árabe. La primera poseía en sus azules ojos toda la ternura de la resignación; la segunda despedía de su negra y ardiente pupila el rugir de la pasión.

Quedóse un instante a la puerta mirándoles sorprendida e irritada. Hacía tiempo que Lola cayera de su gracia. Aunque Pepe Castro ya no le interesaba, cuando su amiguita trató de birlárselo, se produjo cierto enfriamiento en sus relaciones. Luego observó que Lola miraba a Raimundo con buenos ojos y bromeaba con él en cuanto se le presentaba ocasión.

¡Parece la princesa Micomicona! dijo Lola Amézaga, que aquella mañana no se había pasado menos de dos horas al espejo, ensayando el regio modo de andar de la sueca. ¡Qué empaque! observó Luisa Natal . No, buena moza, ya lo es. ¡Cuidado con el talle! ¡Y qué manos! ¿No se las habéis reparado?

Luego, cuando pude desprenderme de sus manos, ahí en la esquina del ministerio de la Guerra, caí en las manos del conde de Sotolargo, y ése ya sabe usted que es pesado con un cincuenta por ciento de recargo. ¿Por qué? se apresuró a preguntar Lola Madariaga. Porque es tartamudo, señora. Los convidados rieron, algunos a carcajadas; otros más discretamente.

Lola le había enviado una sonrisita sarcástica que acabó de exasperarla. Se dirigió a la puerta. Siento mucho haberle molestado a usted le dijo fríamente cuando estuvieron lejos. Raimundo la miró sorprendido. Cuando nadie los oía acostumbraba a tutearle. ¿Molestia? Ninguna. ; porque, al parecer, estaba usted muy a gusto al lado de esa señora....

Parecía preocupada, triste, y dirigía frecuentes y rápidas miradas hacia el sitio donde el propio Ramón estaba. Verdad que detrás de él, en un diván, se hallaban sentados Pepe Castro y Lola Madariaga, charlando con gran animación. Pero el concejal no se hizo cargo de esto. Cuando León se levantó, Ramoncito le llevó aparte a un rincón y le dió con frase sentida sus quejas.

Desde el rincón donde me hallaba sentado arrojábale miradas furibundas, que él estaba lejos de advertir. Sin embargo, al cabo de un momento observé que la Serrana y Lola, formando grupo con él y otros dos barbianes, miraban hacia sonrientes.

Palabra del Dia

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