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Actualizado: 24 de noviembre de 2025
Levantábanse temprano por el hábito de madrugar, y andaban toda la mañana por las calles o por el muelle en pandillas de seis u ocho mirando la entrada y salida, la carga y descarga de los barcos. Después de comer se iban al entresuelo del café de la Marina o al de la Amistad, y pasaban tres o cuatro horas jugando o mirando jugar al billar. «¡Anda, bolita de hueso, anda, entra en cabaña!
Los gritos de los niños en la cubierta alta, jugando insensibles al sol y al calor, sonaban con extraordinario eco, recordando el vocerío de la chiquillería en la plaza blanca de un pueblo meridional a la hora de la siesta.
¡Ahí es nada!... Yo tenía una porción de triunfillos que usted ha inutilizado jugando otros mayores. No hemos perdido gran cosa. Hemos perdido diez tantos, que han ganado estos señores. Dispénseme usted si pierde por mi culpa: soy un mal aficionado.
Sí respondió este , es una Ondina de agua de rosa, a quien si el amor no dio un alma, en cambio se la dio un ángel . ¿Y ese general que está jugando y que tiene un aspecto tan distinguido? Es el Néstor retirado del Ejército. No tenéis en Pompeya una antigüedad mejor conservada. ¿Y la señora con quien juega?
Frailes y empleados la llenaban, sentados en sillas de Viena y banquitos de madera oscura y asiento de marmol, venidos de Canton, delante de mesitas cuadradas, jugando al tresillo ó conversando entre sí, á la luz brillante de las lámparas doradas ó á la mortecina de los faroles chinescos vistosamente adornados con largas borlas de seda.
Y al instante, rápidamente también y con cierta ansiedad feroz, puso la palma de la mano sobre él y lo hizo desaparecer. Quedó limpio el cristal. La Peña Mayor, bañada ya por la luz del sol, dejóse ver risueña y serena como nunca. Hizo llamar á sus hijos, y pasó más de una hora jugando con ellos como una niña.
Muy bien murmuraba la bronca voz. Así me gusta... Toma un duro. Y hasta el año siguiente, rara vez se veía el muchacho acariciado por su padre. En ciertas ocasiones, jugando en el patio, había sorprendido la mirada del imponente señor fija en él, como si quisiera adivinar el porvenir. Don Andrés se encargó de su instalación en Valencia al comenzar los estudios en la Universidad.
No llegó a perdulario, ni con cien leguas; pero rompió muchos zapatos jugando en las plazuelas con otros camaradas; se descalabró bastantes veces, y no volvía a casa, de retorno de la escuela o del paseo, con la ropa más limpia ni más entera que la de cualquier otro muchacho de buenas agallas.
¿Al parar también? preguntó en tono de burla el conde de Onís. Sí, señor, y a las siete y media. ¡Vaya! ¡vaya! exclamó aquél distraídamente, abriendo el abanico de cartas y examinándolo atentamente. Y siguieron jugando con empeño, absortos y silenciosos. El mayordomo les interrumpió de nuevo, diciendo: Y al julepe. ¡Bueno, Manín, cállate!... No seas majadero exclamó ásperamente D. Pedro.
Bien hubiera querido don Paco, cuando Antoñuelo venía, rodear las cosas de suerte que le obligase a entretener a la madre, hablando o jugando al tute con ella; pero Antoñuelo aseguraba que no sabía jugar al tute y daba a entender que nada tenía que decir a Juana.
Palabra del Dia
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