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Actualizado: 24 de junio de 2025
Hombre, sí; pero no es una hora muy a propósito. Es que hemos cenado tarde y estábamos dando una vuelta dijo el extranjero no quisiéramos acostarnos tan pronto. ¿Por qué no van ustedes allí? dijo el sereno, señalando los balcones de una casa que brillaban iluminados. ¿Qué es lo que hay allí? preguntó Martín. El Casino contestó el sereno. ¿Y qué hacen ahora? dijo el extranjero. Estarán jugando.
El café entraba también en la comida; ¿por qué habían de moverse? Pero para su hermana era un detalle de suprema elegancia tomar el café en el salón, y don Juan tuvo que acceder y abandonar el comedor, jugando con sus sobrinas como si fuese un niño.
Ahora, niña, toma uno mío, otro de Pepa, y otro de Rodolfo. De Rodolfo hay uno que no quiero darte, uno que ya conoces, de cuando era chiquito, uno en que está jugando con un aro.... Ese no. De los demás el que tú quieras. Después le regaló unos pañuelos de seda y un abanico de laca. Este abanico no es de moda, lo sé bien, pero dicen que es una pieza de mucho mérito, legítima de China.
No comprendo, tío. ¿Cómo me predicáis dignidad, cuando el gobierno tiene tan poca? No veo la relación... ¿Qué nueva locura es esa? ¿No decís tío, que el gobierno pasa el tiempo jugando al volante? La verdad es que tal conducta en un gobierno es una falta de dignidad. Y entonces, ¿por qué los simples particulares hemos de tener más que los ministros y los senadores? Mi tío se echó a reír.
Después de comer solía pasar éste un par de horas en el casino jugando al dominó. Sin embargo, cruzó rápidamente por delante de la botica para cerciorarse. Don Manuel, ¿no está? preguntó al dependiente, un chico de quince a diez y seis años. No, señora; hasta las cuatro no suele venir. Elena hizo un gesto de contrariedad y manifestó que no podía aguardar tanto tiempo.
Inclinado sobre la caja buscando tipos, ajustando palabras en el cajetín, o distribuyendo letras, su frente solía plegarse con un entrecejo serio de obrero ya machucho: entonces no hablaba y fija la atención en lo que hacía, sus ojos negros adquirían cierta expresión de gravedad cómica: en la calle, corriendo o jugando, con el pelo alborotado, tostada la tez, ladeada la gorrilla, descarado el mirar y rebosando malicia, traía a la memoria los chicos de las antiguas novelas picarescas.
D. Nicolas Herrera, que deseaba mas que todos llegase el caso de egecutar el saqueo, publicaba en todas partes el razonamiento de Pagador, y continuando sus diligencias, entró en casa de D. Casimiro Delgado, que á la sazon estaba jugando con D. Manuel Amezaga, cura de Challacollo, y con Fray Antonio Lazo, del Orden de San Agustin.
Soñando estoy con las agradables veladas que vamos á pasar en el invierno, jugando á la malilla y al tute, disputando sobre nuestras no muy concordes teologías, y refiriendo yo á V. mis aventuras en el Perú, en la India y en otras apartadas regiones.
«No temas, ciudadana le dijo: también nosotros los republicanos tenemos hijos.» Al ver que yo sonreía jugando con su escarapela tricolor, añadió: «A fe mía que tienes un niño bien hermoso para ser hijo de un aristócrata.
Y en las calles y en los paseos, en los teatros y en las iglesias, se observa en las fisonomías la misma vulgaridad, el signo indeleble de cursilería y de ignorancia que caracteriza a nuestros amables convecinos... Al tiempo de pronunciar estas palabras, como estuviese jugando con el bastón, se le cayó al suelo con estrépito.
Palabra del Dia
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