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Actualizado: 24 de junio de 2025
¿Para qué? replicó Joshé y luego, dirigiéndose al señor, le preguntó: ¿Es la criada, eh? No, esta señorita es mi hija contestó fríamente el señor Arizmendi. Cracasch comprendió que había dado un tropiezo y para enmendarlo, dijo: Es muy guapa. ¡Ya se parece a usted, ya! No. Si es hijastra mía contestó el señor Arizmendi. Ja, ja... ¡qué risa!... Ya tendrá novio, eh.
Vuestro padre está enfermo de orgullo ¿no se llama así mi enfermedad? , y nuestro buen emperador le ha prescrito, como medicina, un yerno para uso interno, como dicen los médicos. ¡Ja, ja, ja! Sí, para uso interno, y nosotros hemos abierto ampliamente la boca... es decir, la puerta, para recibirle; pero no viene. Sí; nuestro buen emperador ha encontrado un remedio seguro contra mi enfermedad.
Unicamente Divès y su gente no se conmovían por aquellos sucesos, y sin dejar de galopar, riendo y alborotando, gritaba el contrabandista: Nunca he visto una fogarata parecida... ¡Ja, ja, ja! Hay que reírse mil años... Pero, al poco tiempo, Marcos quedose pensativo y dijo: Todo esto debe venir de Yégof.
El hombre se ha creído que eres un prodigio de conservación, ja, ja... que has hecho un milagro, pues milagro sería, en plena vida de Madrid y en la clase de servicio doméstico, una virginidad de sesenta años... Puedes plantarte en los cincuenta y cinco, si así te conviene... Pero si le engañas en la edad, que esta es superchería muy corriente en nuestro sexo, no andes con bromas en lo que es de ley moral, Nina; eso no.
Hablaba con el desgarro peculiar a la chula de Madrid, acentuando cada sílaba de un modo tan insolente que D. Laureano, avergonzado, no pudo menos de salir por su dignidad. ¡Niña, niña, cuidado con la lengua! Mira que te puede costar un disgusto. ¿A mí? ¡Ja, ja! ¡Qué infeliz eres! ¡A ti, sí, desvergonzada! profirió colérico el tenorio avanzando hacia ella con ademán amenazador.
¡Pero, hombre! ¡ja, ja!... ¿Quieres que no me ría, si me dices, ¡ja, ja, ja! que tú eres un chino y yo una china? ¡ja, ja, ja! Sus carcajadas eran cada vez más sonoras y más fingidas.
De noche digo.... A ver el guante... Toma contestó Frígilis, arrojando desde lejos la prenda.... Pues... ¡está bueno! ja, ja, ja... buen canónigo te dé Dios.... Lo que entiende usted de modas, don Tomás.... ¿Pues no dice que es un guante de canónigo?... ¿Pues de quién es? De mi señora.... No ve usted la mano... qué chiquita... a no ser que haya canónigas también. ¿Y se usan ahora guantes morados?
¡Ja, ja!... Sí, todo rosado... y los pañales habían dejado en él marcas... un verdadero mapa geográfico... y qué delicado y bien formado!... ¡un pétalo de rosa! Al ver eso me dije, en mi orgullo de padre joven: «Esta será hermosa y coqueta, y meneará las piernas toda la vida. Es preciso que tenga un nombre poético; eso le dará más valor a los ojos de los pretendientes.» Busco en mi biblioteca.
Allí hay hermosura y elegancia y trigo por largo, ¡ja, ja, ja!... para tentar las codicias y los buenos gustos de un joven tan distinguido y tan hermoso como mi querido primo carnal... ¡Ja, ja, ja, jaaá!... La canción aquella, por repetida y chabacana, puso colorada a Nieves y supo a rejalgar a su padre.
Pero muy sencillamente: cenando nosotros en el Café Anglais y mi correntino durmiendo en la comisaría. ¡Ja! ¡ja! y todos a una reían de la espiritual aventura de Montifiori. ¿Y qué es de tu mamá, Blanca? no la veo le preguntó a su hija. Ahí anda, con don Benito... contestole su hija haciendo un gracioso movimiento de cabeza. ¡Joven y linda como la hija!
Palabra del Dia
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