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Actualizado: 24 de junio de 2025
Oye: recuerdo que la palomita te llamaba con exclamaciones muy tiernas, cuando medio muerta la conducíamos en la litera mi pasante y yo. ¡Ja, ja, ja! ¿Sabes de qué me río?
De si tien o no tien dinero en el Banco. ¿Y a mí qué? Con su pan se lo coman. Con el nuestro, ¡ja, ja!... y encima codillo de jamón. ¡A callar se ha dicho! gritó el cojo, vendedor de La Semana . Aquí se viene a lo que se viene, y a guardar la circuspición. Ya callamos, hombre, ya callamos. ¡A ver!... ¡Ni que fuas Vítor Manuel, el que puso preso al Papa! Callar, digo, y tengan más religión.
Concedo antecedentem, repitió el catedrático sonriendo maliciosamente; ergo, puedo raspar el azogue de un espejo de cristal, sustituirlo por un pedazo de bibinka y siempre tendremos el espejo, ¿ja? ¿Qué tendremos? El joven miró á sus inspiradores y viéndolos atónitos y sin saber qué decir, se dibujó en su cara el más amargo reproche.
¡Abá! ¿y por qué, ñol? Porque no se concibe, Padre, que uno pueda faltar á clase y al mismo tiempo decir la leccion en ella... V. R. dice que, estar y no estar... ¡Nacú! metapísico pa, ¡prematuro no más! Con que no se concibe, ¿ja?
Todos reían, «¡ja, ja, ja!» con una carcajada espontánea, pero breve; una risa en tres golpes, pues el prolongarla podía interpretarse como una falta de respeto á la majestad. Cerca de Europa, una oleada de noticias salió al encuentro del buque. Los empleados del telégrafo sin hilo trabajaban incesantemente.
Porque las mujeres como tú no pueden hablar de ciertas cosas sin profanarlas dijo temblando de cólera el concejal. ¡Ja, ja! Abrid los balcones, chicos, porque este chavó tiene calor dijo con risa sarcástica; y enfureciéndose de pronto: ¡Mira, niño, no me vengas con infundios! Tú eres un mamarrachillo y ella un saco de pus. ¿Lo oyes bien?
Ayer preparé un nuevo medicamento que resultó también ineficaz como los otros. ¡Oh! ¡Luego dicen que la ciencia!... ¡La ciencia! ¿Qué es la ciencia? continuó abandonando el asiento para pasear, agitado, por la estancia. ¡Ja! ¡ja!
Las vacas tamberas se aproximaban solas a sus palenques desoyendo los reclamos temblorosos de sus crías embozaladas y mientras todo despertaba a la tarea diurna en aquel breve trecho, cruzaba el espacio una bandada de patos laguneros, rumbo a la luz, dejando caer desde lo alto gritos que parecían decir como el del cuervo de Poé: «¡ja... más!... ¡ja... más!...»
Por lo pronto, cuando nos paguen ustedes la visita... y muchísimas veces más, como es natural entre personas de familia. ¿No es verdad, don Alejandro? ¡Ja, ja, ja! Adiós, Nieves. A la puerta del estrado se cruzaron con las Escribanas que entraban, muy arrebatadas de calor y un tanto airadas de semblante.
Ja, ja, mis buenos amigos; es el doctor Escañote, de Corrientes, un incorruptible, me detesta, ¿y saben ustedes por qué? Una noche en París este señor, que se había instalado con toda su prole en un mal hotel de cuarto orden, hacía la cola en la boletería de Variétés donde se daba la Femme
Palabra del Dia
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