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Actualizado: 28 de junio de 2025


La joven se puso de pie rápidamente y, como si aquella sonrisa la colmase de felicidad, unió sus manos; pero inmediatamente las dejó caer y quedó inmóvil; luego le preguntó a su aya: Marta, ¿qué os ha sucedido? Tenéis los ojos colorados. ¡Si habéis llorado! No ha sido nada, mi buena Elena, el intendente me reprendió. ¡Ah! Dios mío, ¿os maltrató como a ? No, no; de palabra, de palabra solamente.

No, señora le dije riendo, no esperaré ni un minuto; ó soy intendente ó no lo soy. Señora dijo el viejo Alain, que se hallaba allí, se podría enganchar para el señor Odiot el carricoche del padre Hivart; no tiene elásticos, pero por lo mismo es más sólido.

Disculpadme, señor intendente, es muy honroso para la mujer de un pobre guardabosque ir a la aldea así, en compañía de su amo, pero es preciso pasar allá por la pequeña huerta para comprar lino para la cortijera que me espera a las nueve. Está bien, Catalina, os doy los buenos días. Pasado mañana, el aya os hará saber que va a ser la esposa legítima de Mathys.

El hierro es duro, Mathys; pero el acero es más duro aún. ¿Y si fracturaran ese cofre durante vuestra ausencia y os quitaran ese documento? El intendente, asaltado por una inquietud secreta, se puso vivamente de pie, sacó una llave del bolsillo y abrió el cofre. Luego lo volvió a cerrar con la misma rapidez, y volvió junto a la viuda, con una sonrisa en los labios.

Pues, señor, volviendo al asunto, y en la imposibilidad de referir punto por punto toda la historia de mi juventud, porque no acabaríamos hoy, le diré á usted que á los cinco años de mi práctica de comerciante, habiendo conocido perfectamente el manejo de los negocios y á una joven vecina de mi principal, monté de cuenta propia un establecimiento de géneros de refino, y me casé el día mismo en que cumplía treinta y un años; cosa que me costó mis trabajillos, porque los once meses de Salamanca me habían procurado una reputación de calavera de todos los demonios. Casado ya, mi vida tomó un giro enteramente diverso del de hasta entonces. Desde luego fuí nombrado síndico del gremio de zapateros, procurador municipal de dos pueblos agregados á este ayuntamiento, vocal perpetuo de una junta de parroquia, tesorero de la Milicia Cristiana y asesor jurado de una comisión calificadora para los delitos de sospecha de traición á la causa del Rey. Con todos estos cargos me puse en roce con las personas más importantes de la ciudad y me dieron entrada en palacio, que era todo mi anhelo ya mucho tiempo hacía, porque Su Ilustrísima era hombre de gran eco entre las gentonas de Madrid, y lo que por su conducto se averiguaba en Santander, no había que preguntar si era el Evangelio. Tenía Su Ilustrísima tertulia diaria de ocho á nueve de la noche, y la formábamos un médico muy famoso por sus chistes, que hablaba latín como agua; el P. Prior de San Francisco, hombre sentencioso y de gran consejo; un abogado del Rey, caballero de Carlos III; mi humildísima persona, y un Intendente de rentas, hombre de bien, si los había, temeroso de Dios como ninguno, servicial y placentero que no había más que pedir.... Por cierto que murió años después en Cádiz, de una disentería cuando el sitio del francés.

¿Si no aceptara? repitió el intendente con una mueca de desconfianza sería la prueba de que me habéis engañado, Catalina, y claro que después de este ultraje, no soportaría ni un momento su presencia en el castillo. Pero ¡bah! ¡bah! no es posible que me rechace.

Tendió las manos hacia el intendente, que acudía hacia ella dando muestras de impaciencia y de cólera. Ya lo que ha pasado exclamó . Catalina me lo ha contado todo. Pero, ¿qué ha dicho la condesa? ¿Estáis llorando? ¿Os ha maltratado? Cruelmente maltratado, señor. Me ha echado, señor; no puedo subir siquiera a buscar mi ropa.

Si dais un sólo grito, os rompo la cabeza gritó el intendente fuera de . Respondedme en seguida. ¿Qué le dije al aya? ¡Oh, poca cosa, Mathys! Es cierto que le dije que Elena iba a ser llevada hoy a la casa de sanidad. No, no ha sido eso. Pero hasta le oculté el nombre del establecimiento a que va a ser llevada.

exclamó , lo que voy a intentar sería culpable en otra circunstancia de mi vida, pero no me es dado escoger, debo salvar a todo precio la vida de mi hija. Eran las once de la noche cuando el coche en que viajaba el intendente llegó a todo galope por el camino que conducía al castillo y se detuvo delante de la puerta.

Nada más sencillo; no quedan ni pruebas ni testigos, y aunque le hubierais revelado el secreto, bastará decirle que miente descaradamente. El intendente exhaló un profundo suspiro, pero no dijo nada. Después de unos instantes de silencio, la señora de Bruinsteen murmuró: ¡Qué aventura tan sorprendente!

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