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Actualizado: 28 de junio de 2025
Corrió con precipitación febricitante hacia el cuarto del intendente, se dejó caer sobre la puerta, apoyó contra ella el hombro, se arqueó sobre las piernas, contrajo los músculos para vencer el obstáculo de la cerradura. La puerta había sido sin duda mal cerrada, porque se abrió al primer empuje. Un grito ronco salió de la garganta de la viuda semienloquecida.
Era la de Rianzares viuda de un antiguo intendente de la Habana, quien la había dejado una fortuna de las más respetables de la provincia; gran parte de sus rentas la empleaba en servicio de la Iglesia, y especialmente en dotar monjas, levantar conventos y proteger la causa de Don Carlos, mientras estuvo en armas el partido.
El intendente murmuró algunas palabras confusas, como si no comprendiera bien lo que se le preguntaba. ¡Quiera Dios que me hayan engañado! prosiguió Marta . ¡Oh Mathys, hoy he sabido cosas atroces! Durante toda la tarde he reflexionado en la penosa situación con que me amenaza esa inesperada revelación.
El intendente apareció en la pieza y balbuceó algunas palabras corteses. Aunque fuere día de trabajo, vestía sus mejores ropas, y para ponerse sin duda a la altura de la situación, habíase puesto guantes blancos.
Mientras vamos andando volveremos a hablar de este asunto. Volvieron a ponerse en marcha. El intendente siguió demostrando su alegría. Cuanto antes trataría de hablar a Marta y pedirle perdón por sus sospechas mal fundadas, y hacerle comprender por medio de palabras buenas que conocía la causa de su pesar. Catalina no hacía más que suspirar mientras él hablaba.
Permaneced a su lado hasta que yo os llame. Diré que ya ha partido. Dejadme hacer; fiad en mí. Vuestros enemigos se marcharán del castillo sin haber descubierto nada. Entonces, llevaréis a la loca a Francia. Pero, ¡Dios mío! ¡qué indeciso y consternado estáis! Tomó al intendente por los hombros, lo empujó fuera de la puerta y lo miró salir y subir hasta que desapareció en el pasillo.
En realidad, el intendente, que no comprendía por qué Marta deseaba impedir la partida de la joven, había rechazado sus tentativas como absurdas; pero todavía podía contar con algunos días, y creía que conseguiría convencer a Mathys, sin traicionar los motivos que la inspiraban.
Sólo Elías Orejón, que gozaba sin sueldo de las preeminencias de intendente, lo sabía. Don Baltasar fundaba su esperanza en Salomé, cuyo peinado de canastillo había seguramente gustado mucho al joven Duque de X..., que buscaba esposa en la tertulia de la citada Duquesa de Chinchón. Salomé era entonces una Sílfide.
Federico no lo sabrá; no lo sabremos más que yo y el intendente; en el sitio a que va las ventanas tienen estrechas rejas de hierro, por donde no se podría escapar ni un gato. ¡Ja! ¡Ja! ¿Por qué ocultaros lo que va a complaceros tanto como a mí?
Desde los primeros tiempos de mi morada en el castillo, una especie de conformidad entre la situación de la maestra y la del intendente, la modestia común de nuestro estado en la casa, me indujeron á entablar con la señorita Helouin las relaciones de una benevolencia afectuosa.
Palabra del Dia
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