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Actualizado: 26 de junio de 2025
Aquella virtuosa Princesa resolvió no casarse, siendo así que su hermano deseaba que lo hiciera con el hijo del Emperador Federico II. Si la Princesa hubiera querido hacerse religiosa no hubiera encontrado ciertamente ninguna oposición en su familia, pero la desgraciada hablaba de celibato mundano... «No tendré respondía a todas las instancias, otro esposo más que Jesucristo; sin pasar el resto de mis días en un claustro, viviré en medio del mundo en un estado de virginidad.» Blanca de Castilla, su madre, y el Rey Luis IX, su hermano, a quien esta resolución contrariaba en extremo, se dirigieron al Papa Inocencio IV para que la combatiese.
Un relámpago de alegría iluminó el semblante de Clotilde: alzose velozmente y le echó los brazos al cuello, diciéndole con voz conmovida: ¡Te he perdido, mi pobre Inocencio, te he perdido!... ¡Qué generoso eres!... Pero mira... yo te juro, por la memoria de mi padre, que te he de desquitar de la humillación que acabas de sufrir...
Pero más brillante y más radiante estaba aún Inocencio; radiante de gloria y felicidad, recibiendo con agrado a cuantas personas venían a ver los regalos, dictando órdenes a los traspuntes y tramoyistas para el conveniente decorado de la escena y multiplicando las sonrisas y los apretones de mano hasta lo infinito.
Don Jerónimo dio una inmensa, infernal chupada al cigarro en testimonio de desagrado, y prosiguió sin hacer caso: Por entonces empezaron los ensayos del drama de Inocencio, que se titulaba, si mal no recuerdo Subir bajando;... callen ustedes, me parece que era al revés; Bajar subiendo... En fin, de todos modos, era un gerundio y un infinitivo.
Ultimamente, existiendo desde el año 1246 alguna discordia entre el obispo y cabildo de una parte, y la ciudad con el clero de las parroquias de otra, sobre algunos artículos de concurrencias, diezmos y modo de dividirlos, inmunidad eclesiástica y otros puntos, el Papa Inocencio IV comisionó para ajustarlos al cardenal D. Egidio de Torres, y este por medio de un subdelegado consiguió la concordia, que aprobó S. S. á 11 de junio de 1250.
Se presentó la Dolores. ¿Por qué no ha templado usted el vino como se lo ha encargado Inocencio? Dispense la señora, pero en aquel momento estaba poniendo las flores en la mesa y se lo encargué a Manuel que pasaba por aquí. Pensé que lo había hecho. Llamen a Manuel. No llames ya a nadie manifestó Reynoso . Nada sacarás en limpio.
Nuestro joven, a quien llamaremos Inocencio, recogió no poco mohíno su manuscrito y estuvo algún tiempo sin dar cuenta de sí; mas al fin, sin duda después de haber meditado profundamente, se presentó cierta mañana en casa de Clotilde. Excuso decirles a ustedes que llevaba el manuscrito debajo del brazo.
No les puedo ocultar a ustedes, que aunque lo sentía por el arte, me alegraba de que Clotilde se casara: la mujer siempre necesita el amparo del hombre. Y lo cierto es, que eran dignos el uno del otro por la figura: Inocencio tenía una presencia muy simpática. En el teatro no se hablaba de otra cosa más que de este matrimonio en ciernes.
Inocencio escribió a la Princesa una carta llena de razón y de dulzura, en la que se esforzaba por demostrar a la joven qué desagradable sería para la familia real contar con una «solterona» entre sus miembros. El cura recalcó la palabra «solterona» con entonación tan burlona, que la abuela y yo soltamos la carcajada.
No puedo remediarlo, contestaba Clotilde, estoy hablando y pienso al mismo tiempo en que eres tú el autor y me imagino que no va a gustar el drama y me asusto. Inocencio se desesperaba; dirigíale ruegos, advertencias, argumentos, la acariciaba, sin tener en cuenta que le veían: trataba de infundirle valor, excitando su amor propio de artista; en fin, hacía todo lo imaginable para salvar su obra.
Palabra del Dia
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