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El atroz Navarro, luego que se vio fuera de la cárcel no quiso averiguar el poder que le había salvado. Su orgullo le inclinaba a no atribuir su salvación a ninguna persona que le tuviera afecto. «A nadie me quiere, decía, nada tengo que agradecer a ningún hombre.

No podía haber dado mayor gusto á D. Carlos, ni mayor satisfacción de amor propio; porque, como todos los que escriben, han escrito ó escribirán versos en el mundo, era D. Carlos aficionadísimo á recitarlos en presencia de un benévolo y discreto auditorio, y siempre se inclinaba á calificarle de discreto, con tal de que fuese benévolo.

Su decaimiento físico fue rapidísimo: le vi esforzándose por erguir la cabeza, que se le inclinaba sobre el pecho, le vi tratando de reanimar con una sonrisa su semblante, cubierto ya de mortal palidez, mientras con voz apenas alterada, exclamó: Esto no es nada. Siga el fuego.

Muy curiosa, casi cómica, era durante aquel triste interrogatorio la actitud de la Baronesa de Börne, la cual, ya que no podía hablar apretaba los labios, movía los ojos, sacudía la cabeza, inclinaba todo el cuerpo, como si sucesivamente repitiera las preguntas del juez y confirmara las respuestas del médico y del Príncipe, para hacer ver que ella había previsto las unas y las otras, y advertir por señas que también ella tenía una observación que hacer.

Era el de la habitación en que había muerto la hija de los Marqueses. El Magistral recordaba haber estado allí, de rodillas, con un hacha de cera en la mano, mientras le daban a la pobre joven el Señor. Hacía mucho tiempo. Aquel balcón se abrió de repente. De Pas vio una figura de mujer que se apretaba a las rejas de hierro y se inclinaba sobre la barandilla, como si fuera a arrojarse a la calle.

Llegaría bien a los treinta y cinco años. El tipo de su rostro extremadamente original. La tez, morena bronceada; los ojos azules; los cabellos de un rubio ceniciento. Pocas veces se ve tan extraña mezcla de razas opuestas en un semblante. Si a alguna se inclinaba era a la italiana, donde tal que otra, suele aparecer esta clase de figuras que semejan ladies inglesas cocidas por el sol de Nápoles.

Cuando, ya cerca de la noche, mientras subían cuestas que el ganado tomaba al paso, el nuevo Presidente de Sala le preguntaba si era él por su ventura el primer hombre a quien había querido, Ana inclinaba la cabeza y decía con una melancolía que le sonaba al marido a voluptuoso abandono: , , el primero, el único. «No le amaba, no; pero procuraría amarle». Cerró la noche.

A bien que el cinco del mismo palo profetizaba después unión feliz. Todo esto, dicho por la sibila en voz baja y cavernosa, lo escuchaba solamente la bella fregatriz Sabel, que con los brazos cruzados tras la espalda, el color arrebatado, se inclinaba sobre el oráculo, que más parecía provocarla a curiosidad que a regocijo.

Cansado ya de decepciones y de manzanos, había dejado hacía una hora de prestar la menor atención al paisaje, y dormitaba tristemente, cuando de pronto me pareció apercibir que nuestro pesado carruaje se inclinaba hacia adelante más de lo natural; al mismo tiempo, el andar de los caballos aflojaba sensiblemente y un ruido de hierros viejos, acompañado de un rozamiento particular, me anunciaba, que el último de los conductores acababa de aplicar la última arrastradera á la rueda de la última diligencia.

Inclinaba la cabeza, como si no pudiese resistir el peso de aquella cefalalgia que entorpecía sus facultades intelectuales. Contestaba con incoherencia a las angustiosas preguntas de Isidro o no las contestaba, permaneciendo en un silencio enfurruñado.