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Tras el desahogo del llanto, quedó fatigado, con los miembros entumecidos, como si acabase de hacer una larga marcha. No supo si había dormido o si el tiempo pasó con extraordinaria rapidez; lo cierto fue que al apartar las ardientes manos mojadas en lágrimas y erguir su cabeza, vio que era de noche.

Su decaimiento físico fue rapidísimo: le vi esforzándose por erguir la cabeza, que se le inclinaba sobre el pecho, le vi tratando de reanimar con una sonrisa su semblante, cubierto ya de mortal palidez, mientras con voz apenas alterada, exclamó: Esto no es nada. Siga el fuego.

Su deformidad incipiente no era tal que le privara de los encantos de la niñez, antes bien daba risa verle erguir su cabezota con cierto aire de valentía, como un hijo de Atlante predestinado a superar a su padre en la facultad de cargar grandes pesos. «Deje usted al niño... Riquín, hijito; vas a irte un rato con Ramona... ¡Ramona!». Pero no le valieron sus artimañas.

Las malas lenguas pueden decir cuanto se les antoja, los mal pensados pueden suponer las mayores diabluras; pero lo cierto es que doña Inés era recatadísima y, o bien tenía razón el padre Anselmo y era una Lucrecia cristiana, o bien sabía, con prodigioso artificio, practicar aquel famoso precepto que dice: «Si no eres casta, cautaDe aquí que doña Inés pudiese erguir muy alta la frente y calificar de brutal y grosera calumnia la más leve insinuación que contra su honestidad se atreviese a hacer algún deslenguado.

«Busquemos otro campoMil voces contestaron..... ¿Pensais que derramaron Un llanto femenil? En mísero abandono Sus hogares dejaban, Y tan solo esclamaban: «Libertad ó morirAntes que como infames Doblegar la cabeza, Supieron con firmeza Sus cabezas erguir. Y dejaron la Patria Y á las naves subieron, Y otra vez repitieron: Libertad ó morir.

De igual modo los pueblos de Castilla habían sido escarmentados años antes por el Emperador, cuando el alzamiento de las Comunidades; pero todavía solía advertirse en ellos uno que otro conato levantisco, como el que hace erguir sobre las patas traseras a los rocines castrados. No ya los señores, sino que también los pecheros comenzaban a vociferar. Era premioso repetir el ejemplo.

Por eso el humilde molino, aun cuando su base esté carcomida y sus paredes pobladas de plantas parásitas, me inspira veneración; gracias á él, millones de seres humanos no están ya tratados como bestias de carga; han podido erguir la cabeza y ganar en dignidad al mismo tiempo que en felicidad. ¡Qué recuerdo más encantador conservamos del pequeño molino de nuestra aldea!