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Actualizado: 21 de junio de 2025


Y dando un grito á su dormida mujer para avisarla que se iba, emprendió el camino de la taberna. Era como un hormigueo humano la masa de gente que llenaba la plazoleta frente á casa de Copa. Allí estaban, en cuerpo de camisa, con pantalones de pana, ventruda faja negra y pañuelo á la cabeza en forma de mitra, todos los hombres del contorno.

Ya ve usted que estoy como el primer día... ¡Lo mismo que el primer día!..., sin adelantar un paso siquiera... Dios me concede mucha resignación, que si no... Mire usted, ayer estuve regularmente, pero lo que es hoy, por ser día de mi santo, me encuentro fatal, fatal... Un desasosiego en todo el cuerpo..., un hormigueo en las piernas..., un ruido en los oídos... Usted, que tiene tanto talento, ¿no sabría lo que es este ruido en los oídos?

Por fin, a eso de las cuatro fueron desfilando, teniendo la desposada que oír los plácemes empalagosos que le dirigían, confundidos con bromas de mal gusto, y contestar a todo como Dios le daba a entender. La tarde pasola Maxi muy mal; le dieron vómitos y se vio acometido de aquel hormigueo epiléptico que era lo que más le molestaba.

De trecho en trecho humeaban al sol los estanques como inmensas cubas, conservando en el fondo un resto de vida en movimiento, un hormigueo de salamandras, arañas y moscas de agua en busca de rincones húmedos. Había allí un aire hediondo, una bruma de miasmas densamente flotante, que innumerables torbellinos de mosquitos espesaban.

Las velas del altar estaban consumidas; las renovó, y colocó una almohada en el suelo para arrodillarse en ella, pues lo más molesto siempre era el dichoso hormigueo. Y empezó a subir con buen ánimo la cuesta arriba de la oración. A veces desmayaba, y su cuerpo juvenil, envuelto en las nieblas grises del sueño, apetecía la limpia cama.

Y a un segundo esfuerzo para incorporarse, se le erizó el cabello de terror; no había podido ni aún moverse. Ahora la sensación de plomo y el hormigueo subían hasta la cintura. Durante un rato el horror de morir allí, miserablemente solo, lejos de su madre y sus amigos, le cohibió todo medio de defensa. ¡Voy a morir ahora!... ¡De aquí a un rato voy a morir!... ¡Ya no puedo mover la mano!...

Después, su mirada se fijaba en la parte de acá del río. Grandes tejados rotos, con anchas brechas por las que se colaba el aire y la lluvia. Eran caserones abandonados que servían de albergue a los miserables. Junto a ellos brillaban al sol las cubiertas de cinc herrumbroso y las latas viejas de las cabañas de los mendigos. El hormigueo de la miseria también estaba allí.

Creyó percibir más abajo de su espalda roces insolentes, tocamientos de atrevida curiosidad, disimulados por la aglomeración. Hasta se imaginó sentir en los más recónditos secretos de su cuerpo un hormigueo de sanguinarios invasores, ansiosos de hartarse de carne nueva y rica, que tal vez acababan de abandonar el pellejo de aquellas comadres. Vámonos dijo con angustia y miedo.

El tiempo corría sin interrumpirlas. De abajo no llegaba noticia alguna. A eso de las diez reconoció Julián que sus rodillas hormigueaban con insufrible hormigueo, que se apoderaba de sus miembros dolorosa lasitud, que se le desvanecía la cabeza. Hizo un esfuerzo y se incorporó tambaleándose. Una persona entró.

Para que la belladona esté indicada en todas estas enfermedades, debe haber un elemento flogístico ó congestivo, un orgasmo del encéfalo, ya sintomático, ya como pars recipiens. La eclampsia de las embarazadas y el ergotismo están en el mismo caso. Los espasmos, que, en general, se curan con belladona, ocupan con preferencia los músculos flexores y son precedidos de hormigueo.

Palabra del Dia

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