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Actualizado: 8 de julio de 2025


Sepa usted que he jurado no permitir que muera aquí de hastío y soledad. Estoy seguro de que usted, que con tanta sencillez me comunicó la única vez que nos vimos parte de sus desventuras, tendrá hoy la confianza que necesito, sabrá apreciar la nobleza de mis propósitos y no se opondrá á que se realicen. Clara no sabía qué contestar.

Yo, que me había interesado por ella por compasión, empecé a interesarme por afecto, y por un momento sentí que mi hastío por la vida desaparecía; comprendí que había encontrado algo a que podía consagrarme dignamente: a hacer el porvenir de aquella joven tan simpática, tan merecedora de amparo, yo era entonces impío y me dije: Ya que la casualidad la ha procurado un buen hombre que la eduque, yo, que soy rico, haré lo demás: el sacerdote por una parte, y el calavera de buen corazón por otra, haremos de ella un prodigio.

y ante las tristes y sentimentales su alma soñadora se arrebuja en un manto rosado de ideales. Como un vencedor ávido de exterminio y de ensaño en mi frente ha plantado su bandera el hastío. En prados luminosos va a pacer el rebaño de ilusiones que han hecho en mi alma el vacío.

Veo en esa señora el hastío de la soledad y un deseo muy vivo de establecer en su vida el orden interrumpido; veo que lejos de guardar a usted rencor lo respeta y lo ama. He podido llegar a vencer ciertas resistencias que en su alma había, y con poco que usted me ayude....

Conocía todas las fábricas, pero la mejor sin disputa era la de Tutau, de Barcelona. Elogió el artículo como si fuese, un viajante de la casa. A Luis se le conocía en la cara el hastío y el pesar de no hallarse sentado al lado de Amalia. Pero Emilita no se atrevió a colocarlo en esta forma, ni tampoco junto a Fernanda. Lo primero sería un escándalo. Lo segundo, una molestia para ambos.

Ya se veían relámpagos extensos en el horizonte por Norte y Oeste, y de tarde en tarde zumbaba rodando un trueno allá muy lejos. Don Fermín llevaba el alma sofocada de hastío, de desprecio de mismo. ¡Qué jornada! pensaba, ¡qué jornada!

Acabas de decirme que conoces a la señorita de Sardonne desde su infancia, y sin duda por eso, por el hastío que engendra el hábito, no te das cuenta de cuan grande es su belleza... ¡Oh! ¡es fascinadora!... Tiene el puro, serio, y un tanto trágico, encanto de Urania... y de Musa también; es su voz, armoniosa y grave; encanta oírla leer; durante nuestras sesiones para pintar el retrato de la baronesa, mil veces me ha asaltado la loca idea de traerla a mi casa para hacerla el hada de este taller en que nos encontramos... que por la magia de su presencia resplandecería cual otro paraíso... Si hubiese conocido a la señorita de Sardonne en la alta posición social en que nació, todo eso no habría pasado de un ensueño pasajero de artista... uno de esos ensueños que con tanta frecuencia nos asaltan... porque nosotros somos generalmente muy aristócratas en nuestros amores... La mitad de nuestra vida la pasamos por ministerio de la imaginación en muy altas esferas, en muy escogida compañía... Vemos con harta frecuencia a las grandes damas en medio de los esplendores de sus palacios, y entrevemos a las diosas tronando sobre sus solios de nubes... Y aun es una de nuestras grandes decepciones, de nuestros grandes dolores caer de pronto desde esas doradas alturas encima de las ronzas de la tierra... Ahí tienes por qué, precisamente en estas cuestiones de matrimonio, son tan graves nuestros errores y tan profundos nuestros desencantos... ¡Ay! ¿quién lo sabe mejor que yo?... Pues bien, te decía que si hubiese encontrado a la señorita de Sardonne en todo el brillo de su nacimiento y de su fortuna, conozco demasiado las leyes y las costumbres sociales como para que ni un momento se me hubiera ocurrido aspirar a su mano... Pero, en fin, la veía desgraciada y pobre... y al menos, si no en otro, en el camino de la riqueza me encuentro ya... Aquellas circunstancias venían a acortar la distancia entre nosotros... Podía al menos ofrecerla una posición independiente... dar a su hermosura un marco digno de ella... y poco a poco me dejaba ganar por una tentación tan poderosa, precisamente cuando me pareció observar que tu amistad hacia la señorita de Sardonne tomaba el carácter de más serios sentimientos... Desde ese momento mi línea de conducta estaba trazada... ponerme en fuga...

Aquella parte del auto producía de costumbre un hastío general. La multitud, anhelosa de ver comparecer a los relajados, daba, a cada instante, signos de impaciencia. Aguirre bostezó varias veces, y Ramiro, entrecerrando los párpados, apoyó la cabeza contra la negra colgadura que pendía de una ventana.

Dímelo a mi, niña manifestó con soberano hastío Cándida , que ayer y hoy no me han dejado vivir. Tomasa, la moza de cámara, vecina mía, fue la encargada de lavar a las tales doce ancianas pobres y cambiarles sus pingajos por los olorosos vestidos que se han puesto hoy. ¡Pobres mujeres!

La exageración de aquel sentimiento de cólera injustísima, pueril, la hizo notar su error. «¡Ella que era ridícula! ¡Irritarse de aquel modo por un incidente vulgar, insignificante!». Y volvió contra todo el desprecio. «¿Qué culpa tiene él de que yo entre a deshora, sin luz en su despacho? ¿Qué motivo racional de queja tenía ella? «Pero no importaba; ella se moría de hastío.

Palabra del Dia

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