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Ya pasaron los dias, ya pasaron las horas de ventura en que al mirarme, amante sonreias con infantil ternura. Ya ha borrado la mano del olvido mi nombre de tu mente, ya no busca tu oido el tierno halago de mi voz ardiente. ¡Ya no piensas en ! Ya cuando al cielo vuelves los claros ojos, pides calma á tu duelo, no paciencia á mi queja y mis enojos.

Le habían hablado tanto del temor de Dios y tan poco de su propia madre, que le halagó la idea de ser ministro del Señor. El primer efecto de la enseñanza religiosa fue hacerle comprender que su porvenir correspondería a las esperanzas que abrigó viendo y envidiando a los que frecuentaban la casa de su protector.

Ora corsario de los hombres libres Se mi enseña por do quier flotar, Y el marinero en medio de la noche Suele decir: «Ahí la «LibertadSoy el amigo del pueblo, Ante nadie me arrodillo, Ni á los esclavos halago, Ni á los déspotas me humillo. Vivo en el mar, desprecio los tiranos, Nunca con ellos enlacé mis manos.

Manuel la abrazó con fuerza, como quien se apodera de algo propio largamente codiciado, y ella se dejó estrechar sin sustraerse al legítimo halago. ¿Pero qué engaño ha sido este? preguntó él, trémulo de gozo, viendo su rostro sin la menor señal de la mentida enfermedad. Quise saber repuso ella hasta dónde llegaba tu cariño. ¿Pero y tus ojos y tu ceguera?

Feli permanecía inmóvil, sonriendo con femenil complacencia, gozosa de que su novio la viese tan bella. Sentía la caricia del rayo mágico de sol; entornaba los ojos, cegada por la ola de colores que palpitaba en sus ropas y su carne. El halago de la coquetería disipaba su miedo al cementerio, con esa facilidad que tienen las mujeres para el olvido cuando se sienten acariciadas en su vanidad.

Nadie hablaba: no hacía el varón caso de la hembra, ni buscaba la muchacha el halago del mozo, ni el niño se detenía a jugar. Los fuertes parecían rendidos, los jóvenes avejentados, los viejos medio muertos. ¡Casta dos veces oprimida por la ignorancia propia y el egoísmo ajeno!

Porque éste no pone los ojos en ellas; porque saben que hace tiempo se siente inclinado hacia , con el amor honesto y respetuoso de un joven cristiano. Las que te hablan contra él, es porque te tienen envidia. Después de este hábil halago á la vanidad de la joven, continuó con una expresión de bondad y tolerancia: Yo no digo que Urquiola sea un santo.

Es un gesto maternal para infundirle ánimo; tal vez es un halago amoroso que se repite después de un paréntesis de medio siglo. ¡Quién sabe! ¡La guerra ha despertado tantas cosas que parecían dormidas para siempre!... Yo me imagino el infortunio de esos dos seres que representan ciento setenta años. Son Filemón y Baucis, que acaban de ver su apergaminado idilio roto por la invasión.

¿No podríamos salir a dar una vuelta por el campo? Me muero por los árboles. Artegui torció hacia el teatro, ante cuyo pórtico aguardaban dos o tres cochecillos de los llamados cestos. Hizo breve seña al más próximo, y el auriga vasco, alzando su fusta, halagó con ella el anca de las tarbesas jaquitas, que, la cerviz enhiesta, se prepararon a arrancar.

Amparo que solía empujar a Chinto, y no por vía de halago, bien lo sabe Dios, sino de pura rabia que le tuvo siempre. Si pudiese leer en el alma del paisano, adivinar cómo le hervía la sangre al acercarse a ella, le hubiera cobrado asco amén del odio inveterado ya. Para Amparo, hija de las calles de Marineda, ciudadana hasta la médula de los huesos, Chinto era un ilota.