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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Habrá dos, y tres, y cuatro que a mis ayes y lamentos respondan con dulce halago; pero ninguna, ninguna, viéndome sufrir callando, llorará como tú lloras, con un lloro tan amargo. Tú, en cambio, mi bien, lloraste y lloraste tanto y tanto, que nunca será posible que yo consiga olvidarlo.
Es que halago un sueño, decía yo. Y el sueño, o Amparo, se hacían más persistentes en mi pensamiento. Por entonces, mi tío el duque de... me llamó al pueblo, a donde, cansado como yo de todo, se había retirado. Fui y vi con asombro, que mi tío había tenido la fortuna de lograr crearse una familia sui generis con sus perros, sus patos, sus conejos y sus gallinas.
Se retiró á su palacio ya de noche, y el cabildo le hizo un gran regalo de aves, jamones y cabritos, al estilo de aquel tiempo. A 27 del mismo mes volvió al cabildo á dar las gracias y razon de su venida, y habló muy copioso, y bien dicho, con mucho halago.
Enrique IV no podía desconocer la excelencia del pensamiento ni la necesidad de acudir á realizarlo, empezando con el halago del consejero y agente; no escaseó, en consecuencia, las honras en la palabra, ofreciendo la dispensación de otras más efectivas, el collar de la Orden del Espíritu Santo, por ejemplo.
Faltas de diversión, ansiosas de reunirse, de oír música, de algo que despertase su sentimentalismo, buscaban en la iglesia su club y su teatro, pasando el día en el templo del Corazón de Jesús, allí donde la arquitectura afeminada y ridícula, cargada de oro y bermellón, el armonium, las voces hermafroditas y las bombillas eléctricas, parecían acariciarlas con un halago que tenía tanto de mundanal como de místico.
Fue feliz durante casi toda su vida, porque la Fortuna le halagó propicia, siendo para él en la juventud novia cariñosa, en la edad viril mujer amante y luego sumisa compañera; únicamente en la vejez, cuando creía tenerla más sujeta, comenzó a mostrársele rebelde, como hembra cansada de ser fiel mucho tiempo.
Y Bonis, llorando al pensar esto, se decía, arrimando la cabeza contra una pared: Sí, sí; lo de siempre; el anhelo de toda mi vida desde que pude tenerlo: ¡el hijo! Por su espíritu pasó como el halago de una mano de luz que le curaba, sólo con su contacto, las llagas del corazón.
Además, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus favoritos hablar mal del difunto. Pero si en la conversación surgía el nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llevándose la mano a la gorra para saludar, como si el príncipe de la Iglesia pudiese verlos desde el inmediato palacio. Gabriel, oyendo a sus compañeros del claustro alto, recordaba el juicio funeral de los egipcios.
Palabra del Dia
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