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Unos trabajadores aragoneses que habían emigrado á la Argentina, llevando una guitarra como lo más precioso de su bagaje para acompañar las coplas «sacadas de su cabeza», al verla pasar á caballo dedicaron una canción á «la Flor de Río Negro».

Los ciegos y ciegas que el resto del año pregonan el papelito en el que está todo lo que se canta iban en cuadrilla, guitarra al pecho, vestidos de pescadores u odaliscas, mal pergeñados, con mugrientos trajes de ropería.

Me negaré redondamente dijo. , , usted dice eso, señorita; pero ¿qué significa esa guitarra, que se oye hace ya varias noches bajo sus ventanas? ¡Vaya! ¿Vaya? ¿Y ese español de capa y botas amarillas, que se ve rondar por los alrededores y que suspira sin cesar?... Es usted un bromista dijo la señorita de Porhoet, abriendo tranquilamente su caja de rapé.

Después, el señorito cogió de una mano a María de la Luz, y sacándola al centro del corro, rompían a bailar las sevillanas, con una gallardía que provocaba gritos de entusiasmo. ¡La grasia e Dió! exclamaba el padre rasgueando la guitarra con nueva furia. ¡Vaya una parejita de palomos!... ¡Eso es bailá!

Otra vez cantó: Por Dios te lo pido, niña, y te lo pido llorando, ¡Cristo de la Espirasión! que no le cuentes a nadie lo que a mi me está pasando. Todos palmotearon fuertemente, menos yo, a quien ahogaba la emoción. La madre Florentina exclamó: ¡Vaya, basta de locuras! Pueden enterarse los de fuera, y sería muy feo. Ahora me toca a , madre dijo el malagueño tomando la guitarra.

Únicamente sonreía cuando su mirada se encontraba con la de Rafael, que la escuchaba en éxtasis, acompañando con débil palmoteo el rasguear melancólico de la guitarra del señor Fermín. ¡Oh, la voz de María de la Luz!

El otro día dijo que si no se casaba con Marisalada, rompería su guitarra, y ya no podía meterse fraile, se metería a faccioso. Ya ve usted, tía María, que de todas maneras me comprometo, metiéndome en ese asunto.

Los convidados, que sabían bien lo que pasaba, temieron una escena desagradable y no insistieron. Pero la alegría no se enfrió por eso. El señor Rafael tomó la guitarra exclamando: Ya me han conocío ustedes como bailarín. Ahora van á conocerme como músico.

El camarero de la guitarra y otros dos colegas se esmeraban en el servicio de la mesa, porque eran los de la ópera los que venían a cenar; y... ¡colmo de la expectación!, se aguardaba también a las cómicas; vendrían la tiple, la contralto, una hermana de esta y la doncella de Serafina, que en los carteles figuraba con la categoría dudosa de otra tiple.

Quizá se habría prestado a perdonar a Marisalada en esta ocasión, si no se hubiera presentado muy en breve otra, que la obligó por fin a tomar la resolución de despedirla de una vez. Fue el caso que el hijo del barbero, Ramón Pérez, gran tocador de guitarra, venía todas las noches a tocar y cantar coplas amorosas bajo las ventanas severamente cerradas de la beata.