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Pero de estas sorpresas me quedaban aún muchas en aquel originalísimo país. Declinaba ya bien la tarde cuando llegamos a la fonda. Casi todos los huéspedes estaban fuera paseando. Sólo hallamos a la puerta a D. Nemesio con el dueño, tomando el fresco. A instancia nuestra, las monjas se quedaron un rato de tertulia, y no tardó en salir, sin saber quién la trajera, una guitarra.

Ella dice entonces que quiere un marido listo é ingenioso, diestro en cantar y tocar, y en efecto, poco después llega un galán con estas habilidades, sabiendo cantar y tocar la guitarra; lo acepta, y las bodas se celebran con fiestas y diversiones.

Al fin, otro desgraciado, que no lo era tanto como él, le facilitó una guitarra vieja y rota, y después de arreglarla del mejor modo que pudo, y después de derramar abundantes lágrimas, salió cierta noche de Diciembre a la calle.

396 Atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a mostrarles que a mi historia le faltaba lo mejor. 397 Viene uno como dormido cuando vuelve del desierto; veré si a esplicarme acierto entre gente tan bizzarra y si al sentir la guitarra de mi sueño me despierto.

La tía Felicia en cuanto le saludó subió á la sala y no tardó en bajar con una guitarra entre las manos que le entregó en silencio. Era una guitarra portuguesa con gran lazo colorado que Celso había traído del servicio. La guardaba en casa del tío Goro porque su abuela, la tía Basilisa, tenía amenazado rompérsela en las costillas si alguna vez le encontraba tocándola.

Y sacerdotes de todos hábitos y reglas llegaron hasta su lecho, apartando al sentarse una guitarra o una enagua olvidada; hablándole del cielo, en el que, seguramente, le guardaban un sitio de preferencia por los méritos de sus mayores.

Soledad necesitó de todas sus fuerzas para no caer al suelo. El coraje se las dió para seguir avanzando y llegar hasta la puerta de la tienda, que se hallaba abierta. Dentro no estaba más que su dueño, el padre de la Mercedes. Pero en un departamento contiguo, cerrado por cristales al exterior y que comunicaba con la tienda, sonaba el canto y la guitarra.

Al abrirse la puerta se oyó a lo lejos el ruido de la servidumbre en la cocina; carcajadas y el run, run de una guitarra tañida con timidez y cierto respeto a los amos; este rumor se mezclaba con otro más apagado, el que venía de la huerta, atravesaba los cristales de la estufa y llegaba al salón como murmullo de un barrio populoso lejano.

La segunda persona que acudió a la tertulia fue el ciego organista, D. Antonio, a par que gran músico y maestro en el órgano, hábil tocador de guitarra, así rasgueando como de punteo. El Sol de Tarifa entró poco después en la sala, seguida de la tía Pepa.

Gozaba de libertad para seguir llevando esta vida. A los parroquianos les servían dos mancebos, tan locos como su maestro: dos chicuelos a los que Cupido pagaba con lecciones de guitarra y una comida mejor o peor, según los ingresos repartidos entre los tres fraternalmente.