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Actualizado: 25 de junio de 2025
Sólo en una casa como la suya había una criada capaz de arreglar la mesa con tanto arte. Visanteta, insensible a las miradas agradecidas del ama y contestando a sus palabras con gruñidos, seguía trabajando.
Hablaron en voz baja, al mismo tiempo que el indio acariciaba las llaves y palancas de la máquina con gruñidos de satisfacción. Yo no entiendo de automóviles; pero adivinaba en aquel carruaje un organismo maravilloso que iba á obedecer fielmente al espíritu maligno de sus conductores.
Desde la sala en que esperaba entretenido en contemplar las estampas de santos y toreros que cubrían las paredes, oyó Salvador los gruñidos del atleta al ser arrancado de su dulce sueño por la mano áspera y aceitosa del fenómeno. Oyó después imprecaciones y desperezos, y luego una ronquísima voz que decía: Baja a la tienda y tráeme los cigarros que dejé en el cajón grande del mostrador.
Para que ningún humano oído quede en estado de funcionar al día siguiente, añaden al tambor esa invención del Averno, llamada zambomba, cuyo ruido semeja á gruñidos de Satanás. Completa la sinfonía el pandero, cuyo atroz chirrido de calderetería vieja alborota los nervios más tranquilos.
Mustafá se acercó a ella cojeando; se sentó, me miró, y siguió con sus dolientes gruñidos. Sospeché no sé qué horrible cosa, y me aterré. ¿Pero qué sucede? la pregunté alentando apenas. Sucede, contestó Amparo, mirándome al través de sus lágrimas, que esa infame mujer ha querido hacerme infeliz. No pude contestarla: sentí que toda mi sangre se reconcentraba a mi corazón.
Doña Paca se apareció dando gruñidos y diciendo que la tos provenía de tanto hablar, contra lo que el médico ordenaba. «A usted no le ha de matar la enfermedad, sino la conversación... A ver si toma el jarabe y cierra el pico». Para atenuar el efecto de esa salida un tanto descortés, estando presente una visita, la señora aquella agració a la intrusa con una sonrisilla forzada. ¿Cuál de las dos daría al enfermo la cucharada de jarabe?
Herr Rath continuaba entre amigos su discurso, y los oyentes se sacaban el cigarro de los labios para lanzar gruñidos de aprobación. La presencia de Julio provocó una sonrisa de general amabilidad. Era Francia que venía á fraternizar con ellos.
Algunos salvaban, pero la mayoría pasaban al segundo período, llamado «del silencio,» porque hablaban muy poco: todavía en este grado, salvaba uno que otro. Pero si desgraciadamente entraban en el período de los «gruñidos,» entonces era cosa perdida: al cabo de algún tiempo, venía la trasfiguración. Su señora hacía ya dos meses que estaba en el tercer grado.
El viento pasa estremeciéndose por los tilos; aquí y allí brilla tristemente una luz que parece alumbrar secretos dolores. Por el camino avanza un hombre ebrio que exhala sordos gruñidos y quiere atacarme. En torno mío las tinieblas, la miseria y la rudeza; en mi alma el remordimiento y una pasión que jamás se saciará, he ahí lo que me reservaba el porvenir.
Una mañana lluviosa vio correr la gente hacia el mar, y allá fue él, contestando con gruñidos a la familia, que le hablaba de su reuma. Entre las negras barcas encalladas en la orilla destacábanse sobre el mar, lívido y cubierto de espumarajos, los grupos de blusas azules, las faldas ondeantes por el vendaval, con las que se resguardaban de la lluvia las mujeres.
Palabra del Dia
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