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Actualizado: 7 de junio de 2025


Cuando un joven señor como Dunsey se veía reducido a un medio de locomoción tan excepcional como el de andar a pie, el látigo llevado en la mano es el paliativo deseable de un sentimiento demasiado confuso demasiado parecido a un sueño que le hace experimentar su situación inusitada; y Dunstan, a medida que avanzaba a través de la niebla creciente, golpeaba siempre algo con su látigo.

Mutileder hablaba entre dientes, lanzaba desconsolados suspiros, manoteaba y hasta se golpeaba y pellizcaba sin compasión, y solía exclamar: «¡Qué diablura! ¡Qué diabluraEn presencia de Chemed o se olvidaba de su dolor o le refrenaba y disimulaba.

Algunas mañanas tomaba el tranvía á primera hora para ir á Mónaco y continuar sus estudios en el Museo. En cuanto á Spadoni, nunca se levantaba antes de mediodía, y muchas veces el coronel golpeaba su puerta para que no llegase con retraso á la mesa del almuerzo. Sólo se duerme al amanecer dijo Atilio . Pasa la noche consultando sus apuntaciones sobre la marcha del juego.

Ahora toca Juanillo, toca con todas tus fuerzas. El ciego comenzó a ejecutar una marcha guerrera. El silencioso hotel se estremeció de pronto, como una caja de música cuando se la da cuerda. Las notas se atropellaban al salir del piano, pero siempre con ritmo belicoso. Santiago exclamaba de vez en cuando: ¡Más fuerte, Juanillo, más fuerte! Y el ciego golpeaba el teclado, cada vez con mayor brío.

El general golpeaba el suelo con el tacón de las botas, que en él era señal indefectible de impaciencia. ¿Está incomodado el general? preguntó el barón. Padece ese movimiento nervioso respondió a media voz Rafael. ¡Qué desgracia! exclamó el barón , eso es un tic douloureux . ¿Y de qué le ha provenido? ¿Algún tendón dañado en la guerra quizá? No contestó Rafael.

Amalia, insaciable, golpeaba, hería sin cesar. Los gritos de la víctima hacían crecer su furor. Se detuvo rendida al fin. Madrina, ¿qué hice? exclamó la pobre niña huyendo hacia un rincón. Esta pregunta, la mirada de angustia con que la acompañó, enfurecieron de nuevo a la dama. Volvió a golpearla despiadadamente. La criatura se tapaba el rostro con las manos.

Luisa, con el brazo apoyado en la descolorida charretera de Gaspar y la mejilla junto a su oreja, sollozaba; Hullin golpeaba en un extremo de la mesa para vaciar de cenizas la pipa, y fruncía las cejas, sin decir nada; pero cuando llegaron las botellas, y una vez que fueron abiertas, exclamó: Vamos, Luisa, valor. Todo esto no puede durar mucho tiempo, ¡pardiez!

El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y así permanecía inmóvil, en actitud reflexiva, con el pensamiento concentrado en su improvisación, contemplando el inmenso horizonte del mar a través de sus dedos.

No sólo la golpeaba bárbaramente por los motivos más inocentes, y la pellizcaba y la mordía, sino que se gozaba en tenerla en continuo sobresalto bajo el temor de espantosos suplicios, en hacerle padecer de día y de noche.

Le daban por mañana y tarde furiosos ataques epilépticos, en los que se golpeaba la cara y se arañaba las manos; y, por fin, un día Benina la sorprendió preparando una ración de cabezas de fósforos con aguardiente para ponérsela entre pecho y espalda. La marimorena que se armó en la casa no es para referida.

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