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Actualizado: 7 de junio de 2025


Entraba Rafael en el cortijo sobre su briosa jaca, erguido y arrogante como un centauro, y con gran retintín de espuelas y roce de los zajones de cuero, se apeaba en el patio, mientras su cabalgadura golpeaba los guijarros, como si aún desease emprender un nuevo galope.

Divinidad vaga, de confusos mandamientos; pero cuyo solo nombre le hacía latir más ligero el corazón y le encendía puntilloso calor en el rostro. Su rosario, envuelto en la guarnición de la espada, golpeaba el metal con las cuentas. Esto que agora emprenderéis agregó el lectoral será en servicio de la santa Iglesia de Cristo.

Hizo el respetable Butrón un alto, para dejar saborear al señor Pulido la gordísima mentira, y prosiguió diciendo: Segunda..., que al despedirse Cánovas, me entregó este proyecto de tratado secreto con Alemania y golpeaba los papeles que tenía delante , y necesito para estudiarlo... tiempo y soledad...

Las escenas lejanas de la muerte del de Luzmela se le aparecieron en una confusión tenebrosa, y se quedó «mirándolas» con los ojos abiertos y parados sobre la vidriera plegada del balcón. Creyó sentir entonces que una cosa dura golpeaba los cristales con siniestro aleteo.... ¿Si sería la nétigua? Se acercó a observar, andando de puntillas con infantil sigilo. No era la nétigua.

¡Oh, qué actitud tenía delante de ! Las palabras salían lentas y tímidamente de sus labios; sus miradas plañideras, que parecían implorar socorro, buscaban las mías y sin embargo apenas osaban desprenderse del suelo; en su embarazo, enroscaba entre sus dedos la extremidad de su barba y golpeaba con el pie cuando no podía encontrar la palabra justa. ¡Oh, pobre niño grande, amado mío! ¿No viste que todo mi ser me precipitaba a tus brazos y ardía por permanecer en ellos eternamente? ¿No viste que mis labios temblaban de deseo de posarse en los tuyos y de quedarse suspendidos de ellos hasta mi último suspiro?

Se golpeaba el pecho y luego le señalaba á él. «Franzosen... gran amigo de Franzosen.» Y sonreía á su protector. Permaneció en su castillo hasta la mañana siguiente. Vió la inesperada salida de Georgette y su madre de las profundidades del pabellón arruinado. Lloraban al contemplar los uniformes franceses. Esto no podía seguir gimió la viuda . ¡Dios no muere!

Golpeaba la arena del jardín con las suelas de sus breves zapatos. Un rictus histérico contraía su boca. A usted tal vez lo exceptuase... Usted, con todas sus arrogancias de matamoros, es un ingenuo, un simple. Le creo capaz de soltar á una mujer toda clase de mentiras... creyéndolas usted antes. Pero á los otros... ¡ay, á los otros!... ¡cómo los odio!...

El tamborilero, con su redondo instrumento acostado en una rodilla, golpeaba el parche cadenciosamente, mientras su compañero soplaba en la larga flauta de madera, adornada con tallas de primitiva rudeza hechas a cuchillo. El Capellanet repicaba las castañolas, enormes como las conchas que cogía en la playa el tío Ventolera.

Puso sobre ella las manos. El corazón le golpeaba en el pecho fuertemente. Dejose caer de bruces, y con mucha delicadeza para no deshacer la ropa se subió a ella y se extendió, apoyando la cabeza en las almohadas.

El joven de la noche anterior estaba junto á la puerta, al lado de su compañero, que ceñía ahora la diadema auricular y golpeaba la manecilla del aparato, oyendo y contestando á los buques invisibles. Media hora antes, cuando el telegrafista inglés iba á abandonar su guardia, entregando el servicio al camarada recién despierto, una señal le había retenido en su asiento.

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