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Actualizado: 7 de junio de 2025
Aresti recordaba una noche de luna clarísima, al retirarse á casa después de una cena con los contratistas, en las afueras de Gallarta. Oyó un canto lúgubre que rasgaba como un lamento la calma de la noche, y vió pasar á un hombre, vacilante sobre sus piernas, que parecía ebrio, llevando á cuestas á otro, envuelto en una sábana, con un brazo colgante que le golpeaba á cada paso.
A veces era tanto su temor, que dejaba caer la palmatoria y volvía corriendo arrojando gritos. Amalia se enfurecía entonces, la pellizcaba, la golpeaba, pretendiendo que fuese otra vez al sitio designado. La criatura se dejaba martirizar y se hubiera dejado matar antes de hacerlo. En una de estas ocasiones le dijo sonriendo ferozmente: ¡Ah! ¿Conque la señorita es tan medrosa?
Mientras su mirada recorría las líneas impresas, su espíritu estaba ausente, preso en la vecina estancia, de la cual solamente le separaba una puerta; así, pues, escuchaba las frases con que Magdalena seguía expresando su indignación contra el peluquero y las reprensiones que dirigía a la costurera, y hasta oía cómo su impaciente piececito golpeaba el pavimento del tocador.
Mervyn ganó después orgullosamente la ribera, donde la señorita Margarita golpeaba sus manos. Este encantador ejercicio se renovó muchas veces con igual éxito. Era la sexta vez que se repetía, cuando sucedió, sea que el perro partiese demasiado tarde, ó que el pañuelo fuera lanzado demasiado pronto, que Mervyn no llegó á tiempo.
Ahora toca Juanillo, toca con todas tus fuerzas. El ciego comenzó a ejecutar una marcha guerrera. El silencioso hotel se estremeció de pronto, como una caja de música cuando se la da cuerda. Las notas se atropellaban al salir del piano, pero siempre con ritmo belicoso. Santiago exclamaba de vez en cuando: ¡Más fuerte, Juanillo, más fuerte! Y el ciego golpeaba el teclado, cada vez con mayor brío.
Muero sin pesar y no tengo miedo. Hace tanto tiempo que no duermo bien, que necesito reposo. Olga Bremer.» El anciano experimentaba un sentimiento de angustia absoluta. Se bamboleaba, apretaba los puños y se golpeaba la frente; en seguida volvió a caer sobre una silla. Es una locura, una completa locura gimió enjugándose las gotas de sudor que cubrían su frente.
Escuchaban inmóviles los encapuchados, mirando a Jesús, que acogía estos trinos sin dejar de lagrimear bajo el peso del madero y el punzante dolor de las espinas; hasta que el conductor del «paso», dando por terminada la detención, golpeaba un timbre de plata en la delantera de la plataforma. «¡Arriba!» El Señor del Gran Poder, tras algunos vaivenes, se hacía más alto, y comenzaban a moverse como tentáculos, a ras del suelo, los pies de los invisibles portadores.
Ni siquiera le acogieron con el gruñido de la otra noche. Cuando Pep, abriendo la puerta, les dio entrada en la cocina, Febrer vio que el Cantó llevaba el tamborcillo pendiente de un brazo y en la diestra la baqueta con que golpeaba el parche. Era noche de música. Unos atlots sonreían al ocupar sus puestos con expresión maligna, como regocijándose por adelantado de algo extraordinario.
Doña Manuela y Leocadia no entendían bien todo aquello: don José, ya inquieto, golpeaba una copa con el recazo del cuchillo, cual si quisiera que el timbre del cristal ahogara las frases de sus hijos. Pepe no quiso contestar lo que se le ocurrió en respuesta a las últimas palabras de su hermano.
Palabra del Dia
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