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Todos escucharon en silencio y embargados por la emoción, el breve relato que de sus desgracias les hizo. Santiago se golpeaba la cabeza: su esposa lloraba: los chicos atónitos le decían estrechándole la mano: ¿No volverás a tener hambre ni salir a la calle sin paraguas, verdad tiíto?... yo no quiero, Manolita no quiere tampoco... ni papá, ni mamá.

Y dirigiéndose a la puerta con gran satisfacción de Luisa, que no apartaba los ojos del cuervo que golpeaba los cristales con las alas, dijo alzando el cetro: Dos veces... Y salió. Hullin prorrumpió en una sonora carcajada.

Y allí, en la casita de los arrabales de Bruselas, Bolívar, en 1830, cuando un pueblo golpeaba a su puerta, pidiéndole que se pusiera al frente de la insurrección contra un opresor tan odiado como el español... ¿habría contestado a los belgas con la seca lógica de San Martín?

El venía a pie, con su bastón, y con dos españoles buenos, y un negro que lo quería como a padre suyo: porque es verdad que las Casas por el amor de los indios, aconsejó al principio de la conquista que se siguiese trayendo esclavos negros, que resistían mejor el calor; pero luego que los vio padecer, se golpeaba el pecho, y decía: «¡con mi sangre quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indiosCon su negro cariñoso venía, y los dos españoles buenos.

El corazón me golpeaba en el pecho como un martillo de fragua; creí que me caía. Apareció ella y extendió la mano. Yo la cogí entre las mías. Estaba tan emocionado que no podía decir nada. Dolores, de pronto, rápidamente, me dijo que se había casado y que era muy desgraciada. Había comprobado que su marido, el marqués, era el amante de su madre, y ella quería vivir conmigo y abandonar Cádiz.

Y esa misma Nadina Lubimoff golpeaba en su palacio á los criados como si aún fuesen siervos, hacía arrodillarse á sus pies á las doncellas en momentos de cólera, lo ponía todo en conmoción con su tempestuosa irascibilidad, hasta el punto de que cierto viejo príncipe que era su tutor por orden imperial deseaba verla casada cuanto antes, aunque con ello perdiese el manejo de una fortuna inmensa.

Un choque sordo conmovía al mismo tiempo el suelo de tierra apisonada. Era Alcaparrón, que, caído de bruces, golpeaba con su cabeza el piso. ¡Aaay! ¡Que se ha ido Mari-Crú! rugía como una bestia herida. ¡La mejó de la casa! ¡La más honrá de la familia!...

Cuando di los primeros aldabonazos en la puerta, parecíame que golpeaba en mi propio corazón. ¿Estaría allí Inés? ¿Estaría allí, ya olvidada de que antes existiera en el mundo un chico llamado Gabriel, arcabuceado por los franceses?

Doña Catalina quedó sola. Su bello semblante moreno estaba pálido; por bajo de sus ojos se veía una señal levemente morada como de quien no ha dormido; su mirada estaba fija, impregnada de no sabemos qué expresión vaga, incomprensible. Había en su semblante un tinte de tristeza, una expresión de malestar interior. Golpeaba impaciente con su lindo pie el pavimento.

Óyeme bien dijo acortando el paso y fijando sus ojos en los de Fernando con imperiosa resolución . No quiero que te vayas. ¡No te irás, no debes irte!... Me dice el corazón que va a ocurrir algo malo. Golpeaba el suelo con un pie; apretaba convulsivamente con su garrita enguantada una muñeca de Ojeda, como si temiese verlo desaparecer.