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Actualizado: 23 de julio de 2025
Don Gil juró por todos los santos del calendario cumplir religiosamente con los deseos del moribundo, y que no sólo tendría mortaja y misas, sino un decente funeral. Consolado así el enfermo, pensó que lo mejor que le quedaba por hacer era morirse cuanto antes; y aquella misma noche empezaron a enfriársele las extremidades, y a las cinco de la madrugada era alma de la otra vida.
La causa porque caiste, y porque humilde bajaste de la gloria en que te viste, fué la verdad que dejaste, la vanidad que seguiste. Ya no eres la princesa de todas otras naciones: ya tu altivez es bajeza. Tu diadema y tu grandeza se han vuelto en tristes prisiones. Ya tu palacio real humilde cubre la tierra en exequia funeral: la paz antigua es la guerra, y el bien antiguo es el mal.
Si ellos no quieren ayudarnos, nosotros debemos hacer las investigaciones por nuestra cuenta. El abogado se despidió de nosotros en la plaza Trafalgar, conviniendo en reunirse con nosotros en la de Grosvenor, después del funeral, para leer formalmente el testamento delante de la hija del muerto y de su compañera, la señora Percival.
¿Pero quién es aquel señor que abre la puerta del café y esparce su vista por el local, como buscando a alguien, y desde que ve a Mariano viene hacia él, y se le sienta enfrente? ¿Quién ha de ser sino el bendito D. José? Bien se conoce en su faz su martirio y las tristezas que está pasando. Ved su cara demacrada y mustia, sus ojos impregnados de cierta melancolía de funeral; ved también sus mejillas, antes competidoras de las rosas y claveles, ahora pálidas y surcadas de arrugas. ¿Qué le pasa?
His funeral, with the possible exception of that of Victor Hugo, was the greatest ever accorded to any man of letters, for it was made the occasion of national mourning.
Pero pues quies mostrarte piadoso Tan en daño, señor, de mi contento, Muestralo agora en que á mi triste esposo Demos el funeral, ultimo asiento: Tambien á este mi hermano, que en reposo Yace, ya libre del vital aliento: Mi esposo feneció por darme vida, De mi hermano la hambre fue homicida.
Era indudable que Juan de Aguirre vivía cuando su familia y yo, de chico, asistimos a su funeral. Por las mañanas, al asomarme al balcón, veo el pueblo con sus tejados rojos, negruzcos, sus chimeneas cuadradas y el humo que sale por ellas en hebras muy tenues en el cielo gris del otoño.
Además, era un halago indirecto al arzobispo vivo y sus favoritos hablar mal del difunto. Pero si en la conversación surgía el nombre de Su Eminencia reinante, todos callaban, llevándose la mano a la gorra para saludar, como si el príncipe de la Iglesia pudiese verlos desde el inmediato palacio. Gabriel, oyendo a sus compañeros del claustro alto, recordaba el juicio funeral de los egipcios.
Ya puede ver si me perdona, siquiera por no ser mía toda la culpa. Con esta evasiva de la muy taimada y con entrar Mari Pepa, se acabó la conversación. Pero no tenía duda para mí que era Neluco el móvil, el tipo y el regulador de todas las ambiciones de la nieta de don Pedro Nolasco. Entre tanto no se descuidaban un momento los preparativos para el funeral.
En la Iglesia de San Pedro se celebraban las exequias de Marcilla; y el lúgubre clamor de las campanas anunció a Teruel la hora del funeral aparato: hombres y mugeres de distintas edades acudieron a la casa del difunto, así como los eclesiásticos de San Pedro y de las demás parroquias: el entierro marchaba en esta forma: iban delante los soldados en orden de batalla, detrás cuatro capellanes llevaban en hombros el cuerpo de Marcilla; seguían los oficios con hachas encendidas, los capuces, las gramallas de los deudos y amigos; y en pos de todos una pequeña escolta y casi todo el pueblo de Teruel.
Palabra del Dia
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