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Actualizado: 23 de julio de 2025


No bien fallecía prójimo que dejase hacienda con que pagar un decente funeral, cuando el albacea y deudos se echaban por esas calles en busca de la llorona de más fama, la cual se encargaba de contratar a las comadres que la habían de acompañar. El estipendio, según reza un añejo centón que he consultado, era de cuatro pesos para la plañidera en jefe y dos para cada subalterna.

La desconsolada Isabel apenas oyó desde su retrete los tristes cánticos del entierro, hizo que la dueña que la acompañaba, subiese con ella a la reja mas alta de la casa, para ver el funeral concurso: así que descubrió el féretro donde iban los últimos despojos de su malogrado amor, quedó pasmada por algunos momentos, y abandonándose luego a las irresistibles inspiraciones de su corazón, se despojó de todas sus galas vistiose con un mongil de bayeta, y despeinado el cabello, bajó a la calle muy apresurada, y confundiéndose entre las muchas mugeres que acompañaban el duelo, pudo seguir llena del mayor abatimiento: en el tránsito se reconvenía de haber sido la causa de la desgracia de Marcilla y ella misma se acusaba y condenaba, haciendo a la vez de fiscal, de juez y de reo.

Que tus cordeles me amarren, Que tus uñas me desgarren Sombrío genio del mal! Que un fanal Alza otro genio divino, Alumbrándome el camino Que cruza el alma inmortal! Poeta, que cual sombra fugitiva Cruzaste por el valle mundanal, Duerme, mientras un hombre á tu sepulcro Llega á entonar un himno funeral.

Mas ¡ay! cuando se cae la venda de los ojos, el bello panorama tórnase en funeral... ¡los que gratos nos fueron, hoy nos causan enojos! ¡lo que fué nuestra dicha, es ahora nuestro mal! Entonces es en vano que alcemos las miradas hacia el límpido cielo do dicen que está Dios; ¡no tendrán ningún eco nuestras tristes baladas y de los sueños idos se perderán en pos...!

Que una corona del laurel sagrado Su frente polvorosa orne y circunde, Y empuñando su hierro ensangrentado, La juventud que á combatir se apresta Muestre la enseña de la patria enhiesta. El funeral del martir generoso Le corresponde al pueblo redimido, Cuando libre del yugo vergonzoso La pira encienda en el altar ungido, Y cuando puedan respirar sus almas Y sus manos alzar cívicas palmas.

Viendo tan patente el dedo de Dios, el rey D. Dionís tributó á SANTA ISABEL el homenaje que merece la inocencia. Habiendo fallecido su marido en 7 de enero de 1325, tomó el sayal de Santa Clara, y en este trage asistió al funeral del rey.

Tenía una capilla en su casa, en la cual celebraba diariamente la misa; asistía también á todos los actos públicos, en que debía intervenir como sacerdote, y no faltaba á ningún funeral ni á ninguna procesión. Caritativo y generoso, era su domicilio el refugio de los necesitados, y jamás llegó un mendigo á él sin obtener una limosna.

«Ahora... dijo algo balbuciente . Porque verá usted, Carolina... tengo una idea... la estoy viendo. Es un cenotafio en campo funeral, con sauces, muchas flores... Es de noche». ¿De noche?

La estraña singularidad del suceso, el respeto imponente del lugar sagrado, el pavoroso aparato funeral, y la melancólica gravedad de todos los semblantes, dejaron absortos a cuantos se hallaban en el templo: Azagra, esposo de Isabel, procuró entonces quitar de esta toda sospecha y refirió en voz alta el trágico suceso de su casa en la noche precedente.

Los intrusos se largaron; los de casa se metieron en el pasadizo. Benina sacó de toda la campaña del día, comprendido funeral y boda, 22 céntimos, y Almudena, 17. De Casiana y Eliseo se dijo que habían sacado peseta y media cada uno.

Palabra del Dia

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