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Actualizado: 22 de julio de 2025


Al despertar todas las mañanas se sorprendía Anita con una sonrisa en el alma y una plácida pereza en el cuerpo. Las tías le permitían levantarse tarde, y gozaba con delicia de aquellas horas. Para ella su lecho no estaba ya en aquel caserón de sus mayores, ni en Vetusta, ni en la tierra; estaba flotando en el aire, no sabía dónde.

Y caían de cabeza en la ría las vírgenes y los bienaventurados, flotando después de la inmersión con la ligera porosidad de la madera vieja. La muchedumbre seguía lentamente por las riberas el tardo descenso de las imágenes empujadas por la corriente.

Cierta mañana, después de haber pasado una terrible noche de insomnio, noche de fiebre y terror en que de todos los rincones de la estancia acudieron flotando grandes figuras sombrías a incitarle a proseguir en su obra de regeneración; en que escuchó voces proféticas que le anunciaron gloria inmortal, se arrojó violentamente del lecho dispuesto a todo. ¡A todo!

De pronto el órgano sofocó sus quejas con variadas modulaciones, ya acentos dulces, ya rugidos estentóreos: unos instantes aquello era regalo del oído, otros estruendo ensordecedor, hasta que de improviso las notas parecían quedar flotando en el aire, como aves perdidas, cuyo graznido desapacible continuaba imitando la canturía ronca de algún cura falto de aliento.

Cerca de San José vio la bandera española flotando sobre el tejado de la alcaldía, y llegaron a sus oídos los golpes secos del parche del tamboril, el bucólico gorjeo de la flauta y el repiqueteo de las castañolas. El baile era frente a la iglesia. La gente joven formaba grupos, de pie, cerca de los músicos, que ocupaban silletas bajas.

Al detenerse en una altura, volvió Maltrana la cabeza y vio flotando a sus espaldas, sobre los cerros negros, un velo rojo, un resplandor de lejano incendio, que coloreaba gran parte del horizonte. Era el vaho luminoso de Madrid invisible.

Lo buscamos, y lo vimos flotando a poca distancia. Vamos, baja me dijo Recalde. Me descolgué, un poco emocionado. La posibilidad de ir a explorar la gran sima negra de que hablaba Yurrumendi se iba haciendo cada vez mayor. Me veía como aquel marinero del Stella Maris, que el mar había arrojado a una peña, con la cara carcomida y sin una mano.

Por el reflejo de la luz, esta película brilla con todos los tonos del arco iris, flotando sobre las aguas como vela de oro, de púrpura y azul, no obstante ser casi imperceptible, pues que algunos físicos que han medido su espesor lo valúan en algunas millonésimas de milímetro apenas.

Lo difícil era que el azar de una corriente ó de un rumbo colocase este despojo, en el inmenso desierto marino, ante la proa de un velero sin prisa. Una corbeta de guerra francesa encontraba entero, cerca de las Canarias, á uno de estos monstruos, flotando sobre el mar, enfermo ó herido. Los oficiales habían dibujado sus formas y anotado sus fosforescencias y cambios de color.

Apenas tuve tiempo de entrever las fisonomías animadas de las bailarinas; los cabellos sueltos, los anchos sombreros flotando sobre sus espaldas: mi brusca aparición fué saludada por un grito general, seguido súbitamente de un silencio profundo; la danza cesó, y toda la banda, formada en batalla, esperó gravemente la pasada del extranjero, que se detuvo algo confundido.

Palabra del Dia

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