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Actualizado: 17 de septiembre de 2025


Y se acercan los rugidos, los gritos son más intensos, y ya se ven las centellas que arrancan los cascos férreos de los duros pedernales en su escape turbulento. ¡Santo Allah! ¡si fuese ella! exclama Ataide partiendo como un rayo hácia el peligro, de ansiedad henchido el pecho, enardecido, magnífico, ardientes los ojos fieros, en el alma acariciando de una esperanza el misterio, y exclamando miéntras corre más veloz y más intrépido: ¡Ah, no! ¡que no sobrevengan los altivos caballeros, ni los monteros feroces, ni los irritados perros! ¡Yo solo, yo, con tu amparo Santo Allah, salvarla quiero!

Partido Juan Ortiz, y comenzando A caminar por brazos, por esteros Que el rio por allí lleva, formando Mil islas de onsas, tigres, osos fieros Pobladas: mas no salen rescatando Los indios, como suelen, con sus cueros Ni carnes, ni pescado; que es indicio, Que quieren intentar otro ejercicio.

El primogénito, doblándose sobre el borrén y corriendo espuelas encabrita el caballo, y el padre, sin soltar el rendaje, le apalea. A un hijo tan bandido se le abre la cabeza. ¡Se le mata! ¡Se le entierra! ¡No me encienda la sangre, que si me vuelvo lobo, lo como! Apéate del caballo, y verás quién tiene más fieros dientes. ¡No me tiente, señor! ¡Apéate, para que sepas quién es el lobo!

Ni uno solo de estos jinetes de perfil aguileño, andrajosos, fieros y corteses, dejaba de llevar con orgullo grandes espuelas. Antes morirían de hambre que abandonar su dignidad de hombres á caballo. Todos atendían á las pequeñas llamas que palpitaban sobre sus puños cerrados, cuidando de que no se apagasen.

Así, cuando vio aquel cerco de semblantes fieros; cuando se vio amenazado por tantas manos e injuriado por tantas lenguas, desde la provocativa de las mujeronas hasta la severa y comedida del guardia civil; cuando notó la saña con que le perseguía la muchedumbre, en quien de una manera confusa entreveía la imagen de la sociedad ofendida, sintió que nacían serpientes mil en su pecho, se consideró menos niño, más hombre, y aun llegó a regocijarse del crimen cometido.

Duero gentil, que con torcidas vueltas Humedeces gran parte de mi seno, Ansi en tus aguas siempre veas envueltas Arenas de oro qual el Tajo ameno, Y ansi las ninfas fugitivas sueltas, De que está el verde prado y bosque lleno, Vengan humildes á tus aguas claras, Y en prestarte favor no sean avaras, Que prestes á mis asperos lamentos Atento oido, ó que á escucharlos vengas, Y aunque dexes un rato tus contentos, Suplicote que en nada te detengas: Si con tus continos crecimientos Destos fieros Romanos no me vengas, Cerrado veo ya qualquier camino A la salud del pueblo Numantino.

Rota la adarga, sobre el rojo polvo tendida la riquísima cimera, la corona de golpes destrozada, desgarrada la toca al aire suelta, de polvo y sangre y de sudor bañado, le faltan, no el valor, sino las fuerzas, y por sus fieros ojos centellantes cruza horrible y fatal nube siniestra.

Los que volvían de allá, adornado el casco con raros plumajes, hablaban de ejércitos de hombres cobrizos y fieros que sacaban el corazón a los enemigos para ofrecerlo a sus dioses; de esbeltas y ligeras amazonas con sólo un pecho, para tirar mejor del arco; de tritones mostachudos en los ríos, sirenas en las desembocaduras, perlas en los golfos y grandes bloques de oro nativo, del que enseñaban fragmentos... ¡Las ricas ínsulas no eran ficciones de los libros! ¡Había tierras en las que un paladín podía crearse un reino a golpes de espada!... Y la juventud corrió a llenar con sus armas y sus ilusiones las naos de Sevilla y Cádiz; y una vez en el otro mundo, empezaban la epopeya de los «navegantes de tierra firme», más dolorosa y más heroica que la de los navegantes del mar.

En esos momentos una sonrisa se dibuja en sus labios, y una silenciosa lágrima rueda por sus facciones, valientes, cual los fieros elementos que las rodean, rudas, como el aquilón que sobre ellas se estrella, y vivas, cual los tropicales rayos que las alumbran. La lágrima del hijo del mar compendia toda una existencia de recuerdos.

¡Los monfíes! ¡fatídicos agüeros dijo Leila; ¿qué empresa enaltecida se puede acometer con bandoleros? Ellos exclamó Ataide saben fieros causar la muerte y despreciar la vida. Ganarán el perdon de su delito por Dios y el rey triunfando en la pelea. ¡Dios sólo es vencedor! ¡estaba escrito! Leila exclamó. ¡Señor de lo infinito, tu santa voluntad cumplida sea!

Palabra del Dia

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