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Actualizado: 17 de septiembre de 2025


Esta pido, Alfonso, A tus pies, que besan Mis humildes labios, Ansí libres vean Descendientes tuyos Las partes sujetas De los fieros moros Con felice guerra: Que si no te alaba Mi turbada lengua, Famas hay y historias Que la harán eterna.

Ellos bien debían notar los fieros tragos del caldo y el modo de agotar la escudilla, la persecución de los huesos y el destrozo de la carne. Y si va a decir verdad, entre burla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos. Levantóse la mesa, apartámonos yo y el licenciado a hablar de la ida en casa de la dicha. Yo se lo facilité mucho.

Estando de esta suerte apoderados Los Incas, los Pizarros allegaron, Y siendo del Perù bien enterados, La tierra en breve tiempo conquistaron. Los Guaranís sus dientes acerados Alegres con tal nueva aparejaron, Pensando que hartarian sus vientres fieros, De la sangre de aquellos caballeros.

Si esto es mío, ¿por qué no he de disponer de ello cuando me la gana?». Y leña, más leña... La infeliz víctima, aquel antiguo y leal amigo, modelo de honradez y fidelidad, gimió a los fieros golpes, abriéndose al fin en tres o cuatro pedazos. Sobre la cama se esparcieron las tripas de oro, plata y cobre.

Al bajar por la escalera con las orejas gachas, el semblante encendido y los ojos extraviados, otra vez se presentaron ante su imaginación con vigoroso relieve el descuartizamiento, la pérdida de los ojos, la cola del caballo y otros fieros suplicios de la época visigótica, a la cual pertenecía por su bárbara traza y corazón indomable y crudelísimo. El martirio.

Si no me engaña el pensamiento mio, O salen mentirosas las señales, Que haveis visto en Numancia, del estruendo Y lamentable son, y ardientes llamas, Sin duda alguna que recelo y temo Que el barbaro furor del enemigo Contra su propio pecho no se vuelva: Ya no parece gente en la muralla, Ni suenan las usadas centinelas, Todo está en calma y en silencio puesto Como si en paz tranquila y sosegada Estuviesen los fieros Numantinos.

Antes de llegar a la iglesia, Gallardo encontró en la estrecha calle por donde iba a marchar la procesión la compañía de los «judíos», la tropa de los «armados», fieros sayones que, impacientes por mostrar su guerrera disciplina, marcaban el paso sin moverse del sitio, al compás de un tambor que redoblaba sin cansarse.

Mientras así charlaba con todos los que se le acercaban, una mujer rebujada en dominó negro, con máscara del mismo color, no le perdía de vista un momento, situada ahora en un punto, ahora en otro; pero siempre a corta distancia de él. Por los agujeros de la careta se veían dos ojos lucientes y fieros.

Tal vez este lugar del trasatlántico ofrecía un interés dramático en noches de tempestad, cuando los hombres alimentaban las inquietas máquinas, expuestos a quemarse mientras arriba pasaban las olas sobre la cubierta, y todo el buque temblaba y se acostaba bajo los fieros golpes. ¡Pero ahora!...

La maternidad apasionada y ruidosa de la hembra popular estallaba con fieros arrebatos a la vista de los pequeños. Los besos parecían mordiscos; las caras de los asilados se enrojecían con los violentos restregones; muchos se echaban atrás, como temerosos de la primera efusión.

Palabra del Dia

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