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Estos, en número casi infinito, eran tan vistosos y gallardos que daba gozo verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de cuero finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, á modo de senadores venecianos.

Su vista recorría aquella nuca rematada por la apretada cabellera rubia, como una cimera de oro; el cuello blanco, redondo, carnoso; la espalda amplia y esbelta, oculta, bajo una blusa de seda azul, adelgazando sus líneas rápidamente en el talle y ensanchándose después, para marcar el contorno de las caderas bajo la falda gris ajustada en armónicos pliegues como los paños de una estatua, y por cuyo borde asomaban los sólidos tacones de unos zapatos ingleses, encerrando el pie pequeño, ágil y fuerte.

Mira, amiguito mío, cómo vencen los de aquí. Ya van los otros en retirada. ¡Grande y poderoso rey! Daría la mitad de mi vida por ponerme encima de su casco, de aquel áureo yelmo, ante cuya cimera se inclinarán con pavura todos los monarcas y naciones de la tierra.

Rota la adarga, sobre el rojo polvo tendida la riquísima cimera, la corona de golpes destrozada, desgarrada la toca al aire suelta, de polvo y sangre y de sudor bañado, le faltan, no el valor, sino las fuerzas, y por sus fieros ojos centellantes cruza horrible y fatal nube siniestra.

Plata; cuatro cuarteles, azul y gules; triple león rampante; la rosa heráldica, unida al blasón de la torre, plata sobre gules; brazo armado, con espada doble; grifo, medio vuelo y casco de cimera. Olvidásteis que uno de los tres leones, el de mis deudos los Lutrel, va también armado y los otros no. Pero bien está para un novicio.

Su agudo cimborio es el yelmo, y el gallo de la veleta le sirve de cimera y de penacho. En el interior de tan ruda fábrica hállanse todas las delicadezas del sentimiento.

Tenía Currita puesta la celada de Bayardo sobre su fama de mujer a la moda, y esto iba a pegarle en la cimera, a herir directamente su honor, significando, como significa en sustancia, que era ella una Jimena sin ningún Cid que la defendiese; atroz insulto, ofensa imperdonable hecha a una dama que sobrepujaba en celebridad a cuantos toreros, cantantes, saltimbanquis, pulgas industriosas y monos sabios habían hasta entonces alcanzado fama en la corte.

Nápoles no le parecía gran cosa al compararla con otras ciudades célebres italianas. Su verdadera belleza era el golfo inmenso, entre colinas de naranjos y pinos, con un segundo marco de montañas, una de las cuales extendía sobre el azul del cielo su eterna cimera de vapores volcánicos. El caserío no abundaba en edificios famosos.

Tiburcio añadió luego: Esto de las empresas es usanza muy agradable y muy seguida en el día. No hay príncipe, ni monarca, ni valiente y enamorado caballero que no guste ahora de salir luciendo alguna empresa, ya en su sobreveste, ya en su bandera o estandarte, ya en la cimera de su yelmo.