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Actualizado: 14 de octubre de 2025
A media noche, cuando se retiraron fatigados a su domicilio después de haber paseado por las calles y oído media Africana en el teatro de la Princesa, Jacinta sintió que de repente, sin saber cómo ni por qué, la picaba en el cerebro el gusanillo aquel, la idea perseguidora, la penita disfrazada de curiosidad.
Las niñeras adornadas con cintas de mil colores, llevaban bajo sus largas capas el dulce peso de los bebés, en tanto que las siluetas pálidas y quebradas de los viejos, paseaban sus cuerpos fatigados al tenue ardor de aquel sol de diciembre.
Como todos los viejos dandys, después de tragar sus píldoras de salud, entregaba su figura a los afeites milagrosos de Guerlain, y como si se sumergiera en la fuente de Juvencio, se bañaba con precauciones en agua tibia y perfumada, dormía como los donceles de César en lecho de plumas y su medio siglo largo, necesitaba después de sus encantadas soirées, que el edredón de los sibaritas cubriera y protegiera sus miembros fatigados como los de Júpiter, después de sus transformaciones.
Muchos de aquéllos, fatigados de admirar palmeras y caseríos blancos, acababan por volver las espaldas, refugiándose en los sitios más frescos y sombreados. Únicamente sentían verdadero interés por el país de su destino, la tierra de la esperanza, donde les aguardaba, según sus informes, la fortuna impaciente. Ellos iban a Buenos Aires.
Contra todos los medios indicados halló razones, ya en la poca agua que tenían á bordo las galeras, ya en el peligro de los bajos para las naos, ya en la imposibilidad real de que unas y otras navegasen ó combatiesen juntas y de concierto. Decía que los turcos llegaban descansados y fuertes, mientras en la armada cristiana estaban fatigados y enfermos de los trabajos pasados.
Los caballos, fatigados por aquella rápida carrera, estaban jadeantes y cubiertos de sudor. Mathys saltó al suelo y llamó; la puerta se abrió en seguida. Veo luz en la ventana. ¿La señora está despierta todavía? Sí, señor, os está esperando le respondieron.
Resignado, pues, con las mejillas encendidas aún, se despidió no sin que el duque le llevase hasta la puerta muy cortésmente, dándole afectuosas palmaditas en la espalda. Cuando el prócer volvió a ocupar su sillón frente a la mesa, por debajo de sus párpados fatigados brillaba una sonrisa burlona de triunfo.
¡Virgen mía! no, hija... vivir para servir a Dios... cumpliendo su voluntad.... Hasta luego, ¿eh? Cuando Lucía bajó al jardín, pareció éste a sus ojos fatigados de llorar, menos enteco y árido que de costumbre. Las yucas alzaban su cabeza majestuosa, perpetuamente coronada; las hiedras exhalaban leve aroma campesino, siempre más grato que el tufo de la cera.
Y las dos señoras iban á ver unas pinturas borrosas que demuestran cómo no hay nada nuevo y original en este mundo: figuras amarillentas y desnudas, iguales á primera vista, sin otra novedad que el exagerado abultamiento del sexo diferencial. Media hora después, Ulises abandonó su banco con las ojos fatigados por la inmovilidad severa de las ruinas.
Rumalda dijo Tablas mirando a la cojuela que acababa de subir después de cerrada la tienda ; baja y tráeme tabaco. Romualda bajó, y sus pasos lentos y fatigados resonaron por largo rato en la escalera. Después Tablas siguió enumerando muertos y enfermos, y volvió a limpiarse el sudor. El calor era sofocante.
Palabra del Dia
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