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Actualizado: 4 de junio de 2025


Después, repentino y asombroso alejamiento; unos ojos que no le miraban, unos labios que no le hablaban, unas manos que no le estrechaban... ¡Ah, , todo lo vio, todo lo comprendió! Levantose bruscamente del sofá y acercando el rostro al de Marta, le dijo en voz dulce y cariñosa, pero con inocente petulancia: No lo niegues, Martita, acabas de darme un beso.

Tuvo miedo de ponerse encarnada, de que le temblase la voz al contestar al cortés saludo de Mesía. Miró a su marido, algo asustada, pero Quintanar estrechaba la mano de don Álvaro con cariñosa efusión. Le era muy simpático, y aunque se trataban poco, cada vez que se hablaban estrechaban los lazos de una amistad incipiente que amenazaba ser íntima y duradera.

Acudió el dueño del hotel y toda su familia con las manos tendidas, como si le despidieran para un largo viaje. ¡Mucha suerte! ¡Que le vaya a usted bien! Los criados, suprimiendo las distancias a impulsos del entusiasmo y la emoción, también le estrechaban la diestra. ¡Buena suerte, don Juan! Y él volvíase a todos lados sonriente, sin dar importancia a la cara de espanto de las señoras del hotel.

Subió los escalones de dos en dos y tiró del cordón de la campanilla. Eran las nueve de la mañana. En seguida le abrieron, con aquella franqueza y prontitud con que suelen abrir los pobres. Apenas tuvo tiempo de ver quién le abría. Se encontró ceñido por unos brazos que le estrechaban y abrumado por una boca que cubría sus mejillas de un diluvio de sonoros besos.

Rafael levantó la cabeza y vio vacía la tribuna diplomática. Aún creyó distinguir en su lóbrego fondo las grandes plumas del sombrero. Salió del banco apresuradamente y se lanzó al pasillo, donde le detuvieron muchos para felicitarle. Ninguno le había oído, pero todos le daban la enhorabuena, le estrechaban la mano, impidiéndole avanzar.

Así como Descartes no se explicaba con la claridad suficiente, sus adversarios no le estrechaban quizás con toda la precision y nervio que podian.

Estallaron más fuertes los sollozos bajo los mantos y los capuchones. «¡Adiós! ¡adiósSe estrechaban las manos, se besaban las bocas, se retorcían los brazos, como si todos se despidieran para no verse más. «¡Adiós! ¡adiósSe alejaron por grupos, cada uno en distinta dirección, hacia las montañas cubiertas de pinos, hacia las alquerías de lejana blancura medio ocultas entre higueras y almendrales, hacia los rojos peñascos de la costa; y era un espectáculo absurdo e incoherente ver bajo el ardor del sol, al través de los campos verdes y espléndidos, cómo marchaban con paso tardo estos fantasmas espesos y sudorosos, incansables lloradores de la muerte.

Ya no osaría decir: «¿Cómo va, mi capitán?» a aquellos señores que, recordando su pasado de probidad y obediencia, le estrechaban la mano como si fuese un igual, preguntándole por la familia. ¿Cómo iba a contestarles que un hijo suyo, el único, estaba en la cárcel por ladrón?... Aquel miserable le hacía abandonar el mundo de los buenos, le arrebataba para siempre el orgullo de una virtud que era su único lujo. ¡A los catorce años en la cárcel, y llevaba su apellido, que tantas veces había alcanzado elogios por servicios a la sociedad!...

Los montes que lo estrechaban estaban vestidos de árboles, dejando entre su falda y la vía férrea hermosas praderas de un verde esmeralda. Andrés contemplaba con júbilo aquel exuberante follaje, que en la vida había visto, comparándolo con la empolvada pradera de San Isidro.

Por fin el gitano se arrancó de los dos brazos que le estrechaban amorosamente, puso el pie en la escala de seda y la subió con su acostumbrada agilidad. La monja, sentada al pie de la palmera, seguía todos sus movimientos con la mirada inquieta. Hasta la noche decía ella , hasta la noche, dueño mío, amor mío.

Palabra del Dia

rigoleto

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