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Actualizado: 30 de junio de 2025


Poco rato después salió el doctor y estrechándole la mano le dijo: Ya está mejor. Yo me quedo a velarla toda la noche; vete a descansar y mañana veremos.

Pues digo, si lo que Dios no quiera, sobreviene la muerte a la hora menos pensada, y la coge así, le cayó la lotería». Si me muero, me llevo a mi hijo conmigo dijo la diabla, volviéndole a coger y estrechándole contra . Otra barbaridad. Hoy estamos de vena. ¿Pues no es mío?, ¿no le he dado yo la vida? ¡Cómo!... ¿darle vida usted? Hija, no tiene usted pocas pretensiones.

El pasaje del poeta inmortal en el lugar aludido, podria tomarse como un mito de un excelente método para desbaratar sofismas. «Echaos sobre él, decia la diosa Idothea á Menelao y sus compañeros; cogedle, y á pesar de todos sus esfuerzos para escaparos, no le solteis, continuad estrechándole fuertemente.

Cuando usted quiera le repliqué estrechándole tiernamente la mano, tan pronto como consienta en presentarme a la señora de... iba a decir su apellido. He cambiado de nombre me dijo interrumpiéndome.

Entonces, cuando se sintiera fatigado por el trabajo, unos brazos femeniles, blancos, desnudos, surgirían por detrás, estrechándole, y una boca acariciadora le rozaría las orejas murmurando palabras de cariño. Esto no era imposible; podía conseguirlo. Llegaba el momento de realizar sus ensueños.

El pulso era normal; circulaba la sangre con regularidad perfecta; la arteria no denunciaba la más leve agitación y los hermosos ojos de Magdalena no brillaban ya con el fulgor de la fiebre, sino con el resplandor de la felicidad. Volviose Avrigny hacia Amaury, y estrechándole en sus brazos le deslizó al oído estas palabras: ¡Si pudieras salvarla!...

La primera vez que me alegro de separarme de ti, Velázquez repuso éste estrechándole la mano. Acometidos de un vértigo, todos hablaban y nadie se entendía. Mas aquí que el prudente Frasquito se acerca á Velázquez y le dice misteriosamente: Oye, chico, pero ¿vas á perder el dinero del pasaje?

¡No! me repuso, la noche me gusta más... vámonos, tiemblo de que el sol me sorprenda en la calle y arrastrándome con fuerza, bajamos la escalera y me obligó a conducirla al toilette. Adiós... le dije estrechándole la mano. Adiós me replicó apretándome la mía en que quedaron impresos sus dedos finos y nerviosos. Al dar vuelta, me encontré con don Benito que acababa de abandonar a su compañera.

Vieron entonces que Guillermina pasaba en dirección al cuarto de Severiana, y doña Lupe corrió a recibir de su boca augusta los plácemes que merecía. «¡Oh, qué buena es usted! le dijo la santa, estrechándole las manos . ¡Quedarse aquí cuidando a esta pobre...! No, no diga usted que esto no vale nada.

Oíd dijo Quevedo á uno que atravesaba la antecámara, llevando una fuente vacía. ¿Qué me mandáis, señor? contestó deteniéndose el lacayo. Llevad á este hidalgo á donde está su tío. Perdonad, señor; pero ¿quién es el tío de este hidalgo? El cocinero del rey. Seguidme dijo el joven á Quevedo, estrechándole la mano. Nos veremos contestó Quevedo. ¿Dónde? Adiós. ¿Pero dónde? Nos veremos.

Palabra del Dia

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