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Sobre su pecho destelló, al reflejo solar, el latón de un crucifijo que el Padre Arrigoitia le había puesto entre las manos. Bien rezarían el jesuita y la amiga cosa de una hora; pero al cabo de ese tiempo se levantó el Padre, manifestando que para volver a velarla, necesitaba ir a su casa y despachar algunos urgentes asuntos que le reclamaban.

Poco rato después salió el doctor y estrechándole la mano le dijo: Ya está mejor. Yo me quedo a velarla toda la noche; vete a descansar y mañana veremos.

Luego pasó a la sala, seguida de doña Lupe, que quería meter baza a todo trance: «Tendremos sumo gusto en venir mañana. Aprecio mucho a Mauricia, que a no ser por el maldito vicio, sería una buena mujer, trabajadora, fiel... Y dígame usted: de noche habrá que velarla. Yo no tendría inconveniente en quedarme alguna noche; y si no, mi sobrina...». Dios se lo pague a usted... Se acepta, se acepta.

Enterose la dama minuciosamente de cómo había pasado la noche, de quiénes se quedaron a velarla, de lo que había dicho el médico en la visita de la mañana. A todo contestó Severiana: el doctor había mandado que se le diera doble dosis de la nuez cómica, seguir con las cucharadas por la noche, las papeletitas por el día, y a sus horas el Jerez o Pajarete.

; y quisiera hacer una prueba con ayuda de V. Si V. no se hubiese quedado hoy a velarla, habría esperado, porque para lo que intento, no puedo fiarme del marido, a quien la emoción quitaría serenidad, ni menos de la madre... V. dirá lo que se debe hacer.

Desde el momento de encenderla entraban los pajes á velarla con la ampolleta, cantando: La guarda es tomada; La ampolleta muele; Buen viaje haremos Si Dios quisiere. «Es obligación de los pajes, decían las instrucciones, á boca de noche traer en una lanterna lumbre á la bitácora para que el timonero y piloto vean la aguja de marear.

Parece que los estoy viendo.... Ahí, ahí, donde usted está, la señora Doña Armanda; y él, aquí, así, lo mismito que yo, dicho sea con el respeto que.... Pues se bajaba, y le alzaba los pies y se los apoyaba en un taburete... así, así, y le ponía detrás de la cabeza hasta una docena de almohadas, almohadones y almohadillas, de distintos tamaños y hechuras, todo para acomodarlas a la respiración de la pobre señora.... Y los jaropes, y los potingues... digital por aquí, atropina por allá... ¡quiá! ni por esas... se murió al fin la infeliz.... ¿Creerá usted que no hizo Don Ignacio ningún extremo? es un pozo; todo se lo guarda, y así le ahoga eso que va encerrando, encerrando.... A no me la pegó con su serenidad... porque cuando me dijo: «Sardiola, me acompañarás esta noche a velarla», me acordé, ¡mire usted, señorita, qué tontería! pues me acordé de un corneta de nuestras filas, que tocaba unas dianas famosas con su instrumento, que era tan claro y tan lleno y tan hermoso... y un día tocó mal, y como nos burlásemos de él, cogió la corneta, y sopló y nos dijo: «Chicos, ha tenido una pena y se ha reventado la pobrecilla mía...» Pues mire usted, la misma diferencia de son que noté en la corneta de aquel majadero de Triguillos, noté en la voz del señorito... usted ya sabe que la tiene muy sonora, que daría gozo oírle mandar la maniobra... y aquel día... estaba reventada la voz, vamos.

La pobre niña ha estado enferma hace poco con unas calenturas malignas que la han puesto al borde del sepulcro.... ¡Cuánto hemos sufrido! La condesa de Rumblar y yo alternábamos para velarla... una noche ella, otra yo.... Usted conocerá seguramente a la condesa de Rumblar, y a su hija Presentacioncita, y a su yerno Gasparito Grijalva, ese tronera, liberalote que concluirá en la horca....

No sólo rodeará a su esposa de todos los cuidados que su estado requiere, si no que es hombre para constituirse en enfermero de ella y velarla noche y día. Le garantizo a usted que tomará el matrimonio en serio, como todos los deberes de la vida. Es español e incapaz de jugar con los Sacramentos; tiene un culto por su madre y una ternura apasionada por su hijo.