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Por último, los dependientes, que frecuentaban el estanco, habían puesto a Cristeta al corriente de quiénes eran los autores de las más de las obras que tenía leídas: así que la chica, merced a lo céntrico del sitio y a la mucha gente que allí entraba, llegó a conocer de vista y por sus nombres a casi todos los actores y poetas dramáticos y cómicos de Madrid.

La gente menuda fumaba a su costa los mejores coraceros que había en el estanco, y el señorío tomaba chocolate con hojaldres, empanadas, hornazos, tortas de varias clases, como por ejemplo, de polvorón y de aceite, y roscos de vino y de huevo. En cualquier día y a cualquier hora se mostraba en todo que D. Acisclo era espléndido y acaudalado. El patio de la casa era anchuroso y enlosado de mármol.

Si ademas de los mil grupos diferentes que componen la fisonomía social quereis fijaros en algunos incidentes que la caracterizan, observad el movimiento en cada estanco de tabaco y en cada tienda de licores; oid los gritos de los innumerables vendedores de billetes de lotería, corredores de la corrupcion explotada en beneficio del Fisco; contemplad á los paseantes ociosos, y en todas partes hallareis algo de original y especialísimo de España.

Lo primero que se le ocurrió fue romper la contrata, volver a Madrid, renunciar al teatro y resignarse a vivir en el estanco con sus tíos. Lo que no se le pasó por el magín fue buscar ni desear heredero al amante fugitivo y perdido; porque, no cabía duda, don Juan se había escapado como chico que pone pies en polvorosa después de robar la golosina largo tiempo deseada.

Poco se te conoce. Porque me gusta más hablar a tiempo que hablar mucho. Pues ¿a qué esperas, alma de hielo? A que me saque el general el estanco en la villa, que voy a pedirle hoy mismo. ¡Acabaras, con dos mil demonios! exclamó Juana en un desahogo de insensata alegría.

Miré a mi alrededor, con los párpados entornados, buscando un objeto caro que comprar: joya de reina o conciencia de estadista; nada , y precipitadamente entré entonces en un estanco. ¡Cigarros! ¡de peseta! ¡de diez reales! ¿Cuántos? preguntó servilmente el estanquero. ¡Todos! respondí brutalmente.

Escrito el anónimo, puso el sobre a doña Frasquita, y llamando a un muchacho de la vecindad, de quien podía fiarse, le dijo: Vas al estanco que hay a lo último de la calle de la Pingarrona, preguntas por esta señora, la entregas la carta en propia mano, teniendo cuidado de que esté sola, y en seguida aprietas a correr. <tb>

Por la mañana temprano se alisaba el pelo, sin tufos, rizos, ni flequillo; se vestía modestamente, y comenzaba a despachar en el estanco sin más descanso que el preciso para almorzar y comer.

¡Conque en otra parte!... Y ¿cómo? ¿Se te figura a ti que estos cuatro cachivaches que uno tiene en casa van a producir más en otro lado, donde haya que pagar la tienda y hasta el agua que uno beba? Claro que no. Pero decía yo que si con esto que ya tenemos y, pinto el caso, un estanco que te sacara el general... en la villa....

Había lo bastante con esto para restablecer el antiguo y noble orgullo de los tiempos de Carlos III, para libertarnos por siempre jamás amén de la rabia y comezón de imitar, recobrando nuestra inmaculada y pura nacionalidad; en fin, había lo bastante para decir al monumento del Dos de Mayo, a la estatua de Felipe IV y a la de Cervantes: «Humillaos, sombras ilustres, que aquí viene quien sobrepuja vuestra grandeza y vuestra gloriaNo faltaron entusiastas que pensasen acudir a la reina, para que se dignase ennoblecer a María, dándole un escudo de armas, cuyo lema, imitando el de los duques de Veragua, en lugar de: «A CASTILLA Y A LEÓN, NUEVO MUNDO DIO COLÓN», dijese: «A ALTA Y BAJA ANDALUCÍA, NUEVA GLORIA DIO MARÍAEn fin, tal era la impresión hecha por la cantatriz en el público de Madrid, que ya no se escribía en las oficinas ni se estudiaba en los colegios: hasta los fumadores se olvidaban de acudir al estanco.